Egipto y por ende el mundo árabe vive momentos de tensión. La presión para que el octogenario Hosni Mubarak deje el poder no para. Ni el anuncio del presidente de abandonar el cargo tras las próximas elecciones, han logrado frenar la desestabilización del país.
La experiencia demuestra que lo más sensato es lograr una transición pacífica para evitar que la revuelta que reclama reformas democratizadoras se extienda más allá de Egipto. Ya el Rey Abdalá de Jordania tuvo que reemplazar a todo su gobierno para reducir la presión sobre su monarquía.
Ya hay manifestaciones en Sudán y Yemen. En Marruecos y Argelia ya hay preocupación.
Pareciera que en el mundo árabe está sucediendo lo que ocurrió a finales de los 80 e inicios de los 90 en Europa Oriental. Ojala que los cambios sean para mejorar y no para ubicarse en el extremismo, algo peligroso para la seguridad, la estabilidad y el bienestar del mundo.
El ejército pareciera ser el único árbitro capaz de garantizar una transición pacífica que mantenga el orden en el país y evite una salida sangrienta a la crisis.
Sin duda que Mubarak está en el ocaso de su mandato que inició hace 30 años, pero no hay que ignorar que la salida de este enemigo de Irán puede también abrir la puerta a la expansión del ultraislamismo.