Lilah escribió su carta de amor y la echó en el correo de Canberra, Australia. Jack escribió su carta de amor y la echó en el correo de Bristol, Inglaterra. Y las cartas, cruzándose en el aire en dos aviones, llegaron, cada una, a su destino. Pero no fueron simplemente dos cartas. Eso ocurrió cada semana durante quince largos años.
Lilah estaba presa en Canberra. Jack lo estaba en Bristol. Ambos se conocieron por un pedido que hizo Jack en una revista. Era una de esas columnas donde se anuncian casos de soledad, y Jack la aprovechó para encontrar a alguien con quien establecer correspondencia.
Durante quince largos años se conocieron sólo por cartas. A través de esa correspondencia llegaron a una relación profunda, y al fin, también por cartas, valiéndose de un poder notarial, se casaron.
Después de tres lustros de espera, ya libres de la cárcel, se encontraron en Bristol y confirmaron sus votos ante un juez. No necesitaron presentaciones. Una correspondencia de quince años, si bien no les había dado a conocer el rostro, sí les había hecho conocer el alma. No sólo se conocían, sino que se amaban.
Ésta es otra conmovedora historia de amor. De ese amor que, cuando es fuerte y verdadero, supera todas las barreras que personas y circunstancias puedan poner. Lilah y Jack, cuando ambos estaban presos, y separados por más de ocho mil kilómetros de distancia, se comunicaron entre sí, se conocieron, se amaron y se casaron, sólo por cartas.
Cuando el amor es puro, bueno y fuerte, porque no se establece sobre el fundamento de atractivos físicos sino espirituales, puede resistir cualquier prueba. Conocer, apreciar y amar el alma de una persona es mil veces mejor y más seguro que sólo estar interesado en su rostro o en su cuerpo.
Hay matrimonios que viven juntos quince años pero que nunca se comunican entre sí. Pueden compartir horas de televisión, comidas en la misma mesa, e incluso el mismo lecho matrimonial. Pero no se conocen el alma. En cuanto a sentimientos profundos y anhelos y aspiraciones, son dos extraños.
Procuremos establecer comunión espiritual con nuestro cónyuge. Hagámoslo tratando de establecer también comunión espiritual con Cristo. Cuando Cristo llena nuestra vida con su gracia y con su amor, eso nos pone en el camino de una pura vida conyugal, pura por ser unión perfecta de dos personas en cuerpo, alma y espíritu. |