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48 horas a lomo de raya

Hermano Pablo | Reverendo

Iba a ser un placentero paseo de pesca, pero se convirtió en drama y en tragedia, como también en milagro: un paseo de pesca que Lottie Stevens, de 18 años, de Nueva Caledonia, y un amigo, harían por las azules aguas del Pacífico Sur. El bote a motor que usaban zozobró en una gran ola y ambos cayeron al agua.

El amigo desapareció en la inmensa tumba líquida. Pero Lottie sintió que un cuerpo frío y viscoso lo levantaba y lo llevaba cargado. Era una enorme raya marina que estaba debajo de él y que durante 48 horas nadó una distancia de 65 kilómetros, hasta depositar a Lottie, exhausto, febril y casi moribundo en la playa de la isla.

¿Será éste un hecho portentoso que parece increíble, o un milagro? ¿Por qué no un milagro? De vez en cuando ocurren en el mundo sucesos que no parecen tener explicación alguna. Muchos de estos incidentes asombrosos -tales como los de personas que se salvan en naufragios, o escapan en medio de incendios impetuosos o se recuperan de accidentes increíbles- son obra de Dios, que responde a las oraciones.

Cuando definitivamente no existe explicación alguna, es quizá porque Dios lo permite así para enseñarle a ese mundo científico, incrédulo y burlón, que en este planeta en que vivimos hay algo más que fórmulas matemáticas frías y exactas. También hay un mundo de misterios, de hechos sobrenaturales, de sucesos imponderables ante los cuales la orgullosa razón humana tiene que ceder y decir: «No lo entiendo.»

¿Cómo dividió Moisés las aguas del mar Rojo? ¿Cómo estuvo Jonás tres días y tres noches en el vientre de un gran pez? ¿Cómo multiplicó Jesucristo los panes y los peces? ¿Cómo pudo Lázaro salir del sepulcro al llamado de Cristo, sano y en buen estado, después de haber permanecido cuatro días muerto y apestando? La razón puede seguir diciendo: «No lo entiendo»; y la fe, que es también razonable, rebatir diciendo: «No lo entiendo, pero creo.»

Cuando uno cree en el poder de Cristo y en su gracia salvadora, experimenta un milagro en su vida. Es un milagro sencillo y silencioso, imperceptible a la vista, pero poderoso. Es el nuevo nacimiento y la regeneración espiritual completa.

Jesucristo puede y quiere hacer ese milagro en cada uno de nosotros. Lo único que tenemos que hacer es clamar a Él desde el fondo de nuestra desesperación.




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