Sábado 18 de enero de 2003

 

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  OPINION

EDITORIAL
La "Mano de Piedra"

Los ídolos populares definen la identidad de una Nación, la hacen sentirse única e irrepetible. Son su sello y su estigma; su bandera. Roberto Durán es uno de ellos. Nadie que viva en este bendito país puede negarlo. Sus hazañas deportivas hicieron latir fuerte el corazón de los panameños, henchirlo de orgullo y de patria en su más pura esencia.

Es por este motivo y no por otro que miles de panameños no dudaron en elegirlo el atleta panameño del centenario en la encuesta que organizó Crítica. Para ellos, “El Cholo”, como lo conocemos aquí o “Mano de Piedra”, como lo identifica el mundo boxístico, es el máximo héroe deportivo que nació aquí. Motivo de orgullo y de admiración popular.

Y es también por ello que Crítica, haciéndose eco del sentimiento de sus lectores, lo premió ayer con esta distinción que seguramente lo llenará de satisfacción por haber sido elegido como el más grande de todos los tiempos por su propia gente, nada más y nada menos que en el año del Centenario de nuestra República.

Como también se sintieron reconocidos en su verdadera dimensión atletas como Eileen Coparropa, Mariano Rivera, Eusebio Pedroza, Julio Dely Valdés, Idelfonso Lee, Hilario Zapata, Pedro Rivas, Rolando Frazer y tantos otros que fueron mencionados en nuestra encuesta entre los más grandes exponentes del deporte panameño. Cualquiera de ellos pudo resultar elegido, y nadie pondría en duda sus merecimientos porque, cada cual en su época y en su deporte, descollaron por igual llenando de alegría a los panameños.

Pero triunfó Roberto Durán porque sus cinco títulos mundiales, sus verdaderas epopeyas sobre el ring, su personalidad inigualable y su tremendo valor lo posicionaron en lo más alto del deporte internacional colocándolo, sin lugar a dudas, entre los mejores exponentes del boxeo de todos los tiempos.

Quién no recuerda la expectativa que generaban cada uno de sus combates. La estruendosa alegría que desataban sus victorias, y la inolvidable euforia de las multitudes que lo recibieron con los brazos abiertos después de cada una de sus más grandes conquistas.

Cuando peleaba Durán, Panamá quedaba desierto. Todos se agolpaban frente a los televisores o las radios para seguir al detalle cada instante de la pelea. Y después, era como si cada uno de nosotros hubiese peleado. Como si cada golpe recibido por nuestro ídolo hubiera golpeado directamente nuestra humanidad, y cada respuesta hubiera salido desde la fibra más íntima de nuestro propio cuerpo para impactar en la mandíbula del contrincante. Entonces todas las gargantas panameñas se hacían una sola para contar con el árbitro: uno, dos, tres, cuatro... out.

Los brazos exultantes de nuestro campeón parecían abrazarnos a todos y hacernos sentir parte de su triunfo, ofrendándolo desde lo más profundo de su corazón a todo su pueblo. A ese mismo pueblo que lo vio salir de abajo para ganarse un lugar en la cima y que más allá de sus aciertos y errores humanos, hoy sigue considerándolo su máximo ídolo.

PUNTO CRITICO

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