MENSAJE
"¿Hasta cuándo se complacerán
en su insolencia?"
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
El hombre, joven, alto, fuerte,
de frondosa barba negra y caballera de león, se puso d epie cuan
alto era. Abrió su boca y soltó su lengua. No era para pronunciar
palabras suaves y floridas. Era para derramar insultos, obscenidades y bravatas.
"¡Déme no más la pena de muerte!", gritaba,
"mandeme a la cámara de gas. Baje el martillo y pronuncie sentencia.
No me importa nada. Me río de usted, de su tribunal y de su jurado".
El juez Gregory Martin, tal como le tocaba, bajó el martillo
y aplicó la pena de muerte, en la cámara de gas, a José
Cornell, convicto de asesinato. Al pronunciar la sentencia citó un
texto bíblico del gran sabio Salomón: "¿Hast cuándo,
ustedes los insolentes, se complacerán en su insolencia?" (Proverbios
1:22).
A este individuo, condenado a muerte por el brutal asesinato de su compañera
de vida, no le importó que la persona de quien se burlaba tenía
la autoridad de dar o de quitar la vida. Reír, mofarse y burlarse
en un momento tan serio como este, después de haber cometido un asesinato,
es no solamente demostración de suma insensibilidad, sino también
de un total desprecio de responsabilidad como ser humano. "Si usted
me da la pena de muerte - le había dicho al juez-, me reiré
en su propia casa".
Hay muchos que se portan como este joven. No que se burlen de un juez
humano, sino que viven burlándose del Juez Supremo, sin tomar en
cuenta que se están burlando del Unico que puede dar y quitar la
vida, y que tiene además el poder de echar el alma en el infierno.
¡Cuánta gente vive en total desprecio de Dios! ¡Cuántos
son los que hacen caso omiso de sus leyes morales! ¡Cuántos
insolentes viven pisoteando sus principios sagrados de vida y de conducta!
¿Cuál debe ser la actitud del hombre ante la autoridad
divina? El hombre debe, en arrepentimiento y humildad, hacer un balance
sereno de todas las actividades de su vida pasada, y tomar bien en cuenta
la manera como está viviendo actualmente. Debe luego, en humildad
y contrición, pedirle a Dios por lo que le ha desagradado como su
Creador. Luego debe pedirle a su Hijo Jesucristo que entre a su vida como
Salvador, Dueño y Señor. El le dará su perdón
si se lo pide. Basta con que le abra su corazón.


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