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La sociedad panameña ha sufrido transformaciones sustanciales a lo largo de su existencia, muchas de ellas de naturaleza positiva, favorables para su desarrollo y crecimiento como colectividad.
Sin embargo, en el actual período de movimientos políticos con carácter electoral, hemos asistido a la aparición de una figura propagandística que nos ha causado una mayúscula sorpresa.
Me explico. Los anuncios de algunos candidatos a puestos de elección donde los aspirantes se ofertan al público perceptor utilizando cualidades morales cuyas características deben ser inherentes a todo ciudadano y a toda persona, compita o no por un cargo en la administración del Estado, se convierten en parte del paisaje citadino.
No son pocos los que se mercadean como individuos honestos, decentes y trabajadores. Me pregunto si estas no son cualidades propias de todos los que a diario nos dedicamos a obtener el sustento de nuestras vidas, si no son propias de todos los que cumplimos con nuestros deberes personales, familiares y cívicos, sin necesidad de adornar con nuestros rostros las vallas de carretera ni los anuncios que nos aparecen de pronto en un recodo del camino.
Hasta dónde habrá descendido el horizonte de nuestros principios, cuando se nos tiene que proponer un candidato diciéndonos que es honesto y decente y que con su presencia, en tal o cual recinto gubernamental, nuestras expectativas serán cumplidas.
¿Es tan escasa la honestidad que debe ser ofrecida como una virtud ausente en las mayorías votantes o como una extraña y preciosa sustancia oculta a nuestra percepción de la realidad de nuestro entorno?
Preocupante resulta para nosotros que los políticos hayan dado con uno de los puntos débiles de una sociedad inmersa en todo tipo de conflictos en donde no hay tiempo ni esperanza para los atávicos valores legados por generaciones anteriores. |
