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Difuntos

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Milciades A. Ortiz Jr.
Colaborador

El Día de los Difuntos era la ocasión para que me viera con familiares casi desconocidos. Alrededor de las frías tumbas del cementerio Amador y el de extranjeros, los primos reafirmábamos nuestros lazos familiares.

Los adultos intercambiaban novedades familiares, ya que tampoco ellos se habían encontrado con los parientes durante todo un año.

Era realmente un ritual la celebración del Día de los Difuntos en mi familia de origen italiano.

El asunto comenzaba día antes, cuando uno de los tíos se hacía responsable de la limpieza de la tumba del bueno Tomaso Vaccaro.

Luego venía la responsabilidad de pagar por ese servicio y comprobar que se había realizado. No siempre había parientes con disposición para asumir esa responsabilidad.

El dinero lo aportaba la abuela mientras estuvo viva, o alguno de sus hijos. No había nada escrito, ni acordado al respecto, pero siempre se encontraba una solución.

Ese día la familia amanecía más temprano. Algunos de los muchachos no teníamos muchas ganas de ir al cementerio y protestábamos inútilmente. Las mujeres manejaban esta actividad e imponían su autoridad ante los descontentos.

En autos familiares, taxis e incluso el democrático bus, que se podía usar en esa época, sin molestias, llegábamos temprano al cementerio. Lo primero que hacíamos es ver si habían quitado hierbas de la tumba; si la pintura fue bien hecha, y si se leía el nombre del difunto.

Se dejaban ramos de flores y algunos de los hijos del abuelo rezaban en voz baja. No era de extrañar unas lágrimas en los deudos más emotivos.

Entonces venían las conversaciones con los parientes que no habíamos visto tanto tiempo. Los chicos buscaban la manera de entretenerse sin causar molestias, porque los adultos estaban muy sensibles ese día, y nos regañaban por cualquier cosa.

No era de extrañar que alguien hablara sobre las virtudes del abuelo fallecido hace muchos años, y que nunca conoció a los chiquillos que ahora observaban su tumba recién pintada de blanco.

Pero no sólo la reunión se hacía en esa tumba, aunque sí comenzaba por allí. Era el deudo enterrado hace más tiempo y se le rendía tributo por eso.

Poco a poco se iban marchando los parientes hacia otras tumbas. No era de extrañar que varios los acompañaran para volver a repetir el ceremonial.

A veces viejas fotografías que estaban en las tumbas nos indicaban cómo fueron en vida los difuntos que nunca conocimos. Las historias de sus vidas podrían ser relatadas por uno o dos días, y luego desaparecían de la conversación familiar... hasta el otro año.

 

 

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