Efectos prácticos debe guardar mi pragmatismo al juzgar la verdad, enfocando al individuo dentro del sobresaltado laberinto llamado sociedad, sometido a los embates desconcertantes y cruciales, donde siempre tendemos a desviar las apremiantes vicisitudes que confronta el necesitado, evidenciado en sus comportamientos las profundas ansiedades e infortunios. Tengo años de venir denunciando un grave desatino que ante el ojo ajeno puede tornarse en desafortunado error, llegando a preguntarme, ¿Seré el loco único que en severos trastornos maniáticos veo como una alucinación la clara y terrible realidad? No puedo encontrar respuesta a esta aterradora interrogante.
Las ilusiones ópticas nos obligan a ver espejismos, vagas irrealidades, fruto de las convulsiones sensoriales visuales, montados sobre los escurridizos lomos del corcel apocalíptico. He cifrado todos mis esfuerzos en decir la verdad, cayendo aturdido y anonadado por el remordimiento de no ser escuchado, aventura incomprendida. Pueden traer miles de buses nuevos, pero si no hay vías alternativas o ensanches para llegar al centro de la ciudad, todo cae en el regazo enfermizo de la calamidad.
Es posible que con dedicación le encontremos solución a muchos problemas que nos martirizan como son el asistir al trabajo y a los estudios. La lucha interminable me ha distinguido el galardón borroso del olvido, náufrago abatido en medio del mar, pidiendo clemencia de los pecados sin apiadar. Un sol de gloria no ha podido alumbrar la frente ayuna de sosiego, ese astro ha sido fustigado por la pesadumbre de la noche que cae. Mis intenciones de querer lo mejor para mi pueblo se han esfumado a causa de los efectos infernales que habitan muy dentro de las vivencias que son destrozadas por el desprecio. Es loable que la cabeza la volvamos hacia atrás, escudriñando el pasado, el que no la vuelve hacia el pretérito ya desvanecido, no encierra las donosas ideas que guarda la vida. No tengo el brazo provisto de energías suficientes para detener la fuerza de la catástrofe; no puedo impedir la sentencia del destino, frente al desastre desatado.