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Un paseo de treinta y seis horas

Hermano Pablo | Reverendo

Fue un paseo de treinta y seis horas: una caminata por las calles de la ciudad de Londres. La realizó una jovencita con un hijo recién nacido en brazos. Treinta y seis horas caminó, sin comer, bebiendo agua de fuentes públicas y llorando amargamente su desgracia. Caminó desde el viernes a las 9 de la mañana, cuando la criatura nació, hasta el sábado a las 9 de la noche, cuando lo dejó dentro de un vehículo que estaba solo.

Fue un caso como tantos otros, de una madre adolescente que no sabe qué hacer con su bebé y lo abandona en cualquier lugar que puede, a merced de Dios. ¿Edad de la madre? Trece años.

Si uno tiene interés en recoger historias como esta, las grandes ciudades del mundo las proveen en abundancia. El caso es típico: Una niñita de doce, trece o catorce años de edad queda embarazada. El muchacho que la deja encinta es totalmente irresponsable. Los padres de la niña casi nunca saben del embarazo. El parto sobreviene, porque un bebé que ha llegado a su término demanda salir a la luz. Y la joven madre sale a la calle buscando dónde dejarlo.

¿Quién tiene la culpa? Las opiniones son muchas: una sociedad materialista, padres irresponsables, una educación a medias, la televisión, la necedad de la adolescencia, el mundo pervertido, el diablo. Pero con todo y las muchas opiniones, el problema va en aumento cada día.

¿Qué podrá solucionar este estigma de la raza humana, estigma que incluye padres que sólo lo son porque engendraron hijos, hogares que no son albergues sino sólo casas, y niñitos abandonados a merced de la calle?

La solución tiene que comenzar con una fuerte y sólida disciplina moral, una disciplina a la cual, primeramente, se sujetan los padres, y que luego, por el ejemplo y la vida de ellos, la aprenden los hijos. Esta disciplina moral, única solución, la produce una fuerte disciplina espiritual.

Cuando Dios no forma parte de la familia, no puede haber disciplina moral. La base de la moralidad absoluta es Dios, y si Él no está en el centro del hogar, de los padres y de los hijos, no puede haber una disciplina moral.

Rindámosle nuestra vida a Jesucristo, el Hijo de Dios. Unámonos en fe con otros muchos que también le piden a Dios una sociedad sana. Todo tiene que comenzar en algún lugar y con alguna persona. ¡Que comience hoy mismo con nosotros!



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