Las lecturas bíblicas de la liturgia de este día nos dan la oportunidad de reflexionar acerca de la identidad de nuestra Iglesia: ella es el pueblo de la Nueva Alianza, un reino de sacerdotes, una nación santa reconciliada con Dios mediante la Sangre de Cristo; es la comunidad de los elegidos por Jesús, enviados a ser pregoneros del Evangelio de la Resurrección.
"Rueguen al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies"
La manera como inicia el trozo del evangelio que se proclama hoy es muy elocuente: ante todo, el evangelista evidencia la solidaridad de Jesús: siente compasión, o sea, padece con la humanidad, al verla desorientada y confundida. Ante tal situación, pide implorar al Padre del cielo que mande obreros para la causa del Reino, y no contento con eso, �l mismo convoca y envía a sus doce Apóstoles como los primeros trabajadores en la mies del Señor. Los consagra para una misión y les da autoridad para combatir el mal y hacer el bien a sus semejantes. Esa vocación, que es don gratuito del Señor, los Apóstoles deben extenderla a sus hermanos más necesitados, haciendo presente los signos del Reino de la vida en medio del mundo.Nosotros hoy, como los Doce, somos también llamados, cada uno por nombre propio, para convertirnos en apóstoles de Cristo.
La misión que nos compete como bautizados es continuar la misma de Jesús: es decir, predicar el Reino de Dios y realizar los signos del amor de Dios: curaciones, liberaciones, promoción y defensa de la vida y toda clase de obras buenas. Nuestra compasión y solidaridad con los necesitados ha de inspirarse en los sentimientos de Jesucristo, y nuestro compromiso eclesial, también debe actuarse con las intenciones y el corazón del Buen Pastor, que no se cansó de hacer el bien a todos y de defender a toda costa la causa de la vida.
