Pensar es el ejercicio más engorroso para la mayoría de las personas que agrupan los componentes humanos de esta generación, surgiendo toda una sarta de dificultades que los induce ha decidirse generalmente por lo más fácil, separando alegremente todo aquello que implique una dosis íntima de sacrificios mentales.
No queremos encontrarnos con el éxito, nacidos de los eternos esfuerzos que nos han producido noches de insomnios y de incesantes contratiempos. Nos inclinamos ligeramente por lo cómodo, eludiendo en toda forma el desgaste de sudor de la frente que se requiere obligatoriamente como resultado de los frutos atesorados. Nuestras faenas deben venir consignadas con el sello diligente para que tenga la firme armonía, como medio de cuidado extremo, validando las decisiones con el acto reverencial, entreverándolo del progreso general poniendo el valor de las ideas y de las palabras por delante, aboliendo la terrible voracidad individual de características inconscientes y brutales.
Debo guardar cuidado al decir que actuamos restrictivamente cuando el pensamiento adolece de castramiento, en actividad diligente para las acciones ominosas, donde están abolidos los planteamientos parlamentarios enriquecedores de la época actual, haciendo patente la existencia de un paraíso, donde los talentos obtusos queden desterrados, absteniéndose de analizar que muchos piensan ir al cielo transitando por los caminos del infierno, causándome el presentimiento que todos los bajos instintos los induce una motivación inferior.
Tenemos un ser compuesto por dos yo, uno fuera y otro dentro que también se les puede llamar superior e inferior, interno y externo.
