Sábado 6 de marzo de 1999

 








 

 


MENSAJE
Morir de sed

Hermano Pablo,
Costa Mesa, California

Fue una simple falla mecánica, un pequeño cable del motor del jeep que se despegó y dejó el vehículo sin corriente. La batería quedó totalmente agotada, en el gran desierto del norte de Australia.

La familia Gavin Spencer, padre, madre e hijos: Vivienne de ocho años, Elizabeth de seis, Jimma de tres, más una sobrina de nueve, siguieron el viaje a pie. Pero el calor en el desierto era insoportable, y la sed era torturante.

A los treinta y dos kilómetros de andar, ya no podían más, y cayeron exhaustos. Estaban apenas a tres kilómetros de un pozo de agua. Sólo Elizabeth, la chica de seis años, se salvó la vida.

No puede haber cosa más horrible que morir de sed en medio de un desierto. La muerte por hambre es más misericordiosa. La muerte por frío, también. Pero la muerte por sed, además de la tortura física, tortura con delirio, alucinaciones y espejismos engañosos. El cuerpo muere cuando se queda sin agua: el cerebro se hace corcho, la sangre, gelatina, y cada órgano se encoge y endurece hasta que el corazón dice: &laqno;¡Basta!»

El caso de esta familia australiana se hace aún más trágico debido a que caminaron más de treinta kilómetros, y sin embargo perecieron a sólo tres kilómetros del agua. La resistencia física se les agotó cuando la salvación se hallaba cerca.

El profeta Amós dijo:

Vienen días -afirma el Señor omnipotente-,
en que enviaré hambre al país;
no será hambre de pan ni sed de agua,
sino hambre de oír las palabras del Señor.
La gente vagará sin rumbo de mar a mar;
andarán errantes del norte al este,
buscando la palabra del Señor,
pero no la encontrarán. (Amós 8:11-12)

Si es terrible la sed del cuerpo, es todavía más terrible la sed del alma. Buscar a Dios y no poder encontrarlo es la agonía más torturante del ser humano. Nunca olvidaré el lamento de un joven que me dijo: &laqno;Hermano Pablo, yo he tratado de encontrar paz espiritual, y como que Dios me ha abandonado y no puedo hallarlo. Por favor, ayúdeme.» Alguien le había dicho que el que ha conocido al Señor y se aparta de Él, está eternamente perdido.

Dios me ayudó a hacerle ver que su inquietud misma era prueba del amor de Dios, y él encontró a Dios, y encontró también su paz.

Dios está a nuestro lado. Clamemos al Señor en medio de nuestra angustia. Nuestra inquietud misma es prueba del amor de Dios. El sólo espera nuestra entrega.

 

 

 

 

REFLECTOR
Pedro Tuco

 

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