MENSAJE
Morir de sed
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
Fue una simple falla mecánica,
un pequeño cable del motor del jeep que se despegó y dejó
el vehículo sin corriente. La batería quedó totalmente
agotada, en el gran desierto del norte de Australia.
La familia Gavin Spencer, padre, madre e hijos: Vivienne de ocho años,
Elizabeth de seis, Jimma de tres, más una sobrina de nueve, siguieron
el viaje a pie. Pero el calor en el desierto era insoportable, y la sed
era torturante.
A los treinta y dos kilómetros de andar, ya no podían más,
y cayeron exhaustos. Estaban apenas a tres kilómetros de un pozo
de agua. Sólo Elizabeth, la chica de seis años, se salvó
la vida.
No puede haber cosa más horrible que morir de sed en medio de
un desierto. La muerte por hambre es más misericordiosa. La muerte
por frío, también. Pero la muerte por sed, además de
la tortura física, tortura con delirio, alucinaciones y espejismos
engañosos. El cuerpo muere cuando se queda sin agua: el cerebro se
hace corcho, la sangre, gelatina, y cada órgano se encoge y endurece
hasta que el corazón dice: &laqno;¡Basta!»
El caso de esta familia australiana se hace aún más trágico
debido a que caminaron más de treinta kilómetros, y sin embargo
perecieron a sólo tres kilómetros del agua. La resistencia
física se les agotó cuando la salvación se hallaba
cerca.
El profeta Amós dijo:
Vienen días -afirma el Señor omnipotente-,
en que enviaré hambre al país;
no será hambre de pan ni sed de agua,
sino hambre de oír las palabras del Señor.
La gente vagará sin rumbo de mar a mar;
andarán errantes del norte al este,
buscando la palabra del Señor,
pero no la encontrarán. (Amós 8:11-12)
Si es terrible la sed del cuerpo, es todavía más terrible
la sed del alma. Buscar a Dios y no poder encontrarlo es la agonía
más torturante del ser humano. Nunca olvidaré el lamento de
un joven que me dijo: &laqno;Hermano Pablo, yo he tratado de encontrar paz
espiritual, y como que Dios me ha abandonado y no puedo hallarlo. Por favor,
ayúdeme.» Alguien le había dicho que el que ha conocido
al Señor y se aparta de Él, está eternamente perdido.
Dios me ayudó a hacerle ver que su inquietud misma era prueba
del amor de Dios, y él encontró a Dios, y encontró
también su paz.
Dios está a nuestro lado. Clamemos al Señor en medio de
nuestra angustia. Nuestra inquietud misma es prueba del amor de Dios. El
sólo espera nuestra entrega.
|
|
|