En los últimos días los panameños, sobre todo los capitalinos, han tenido que armarse de paciencia debido al tranque de carreteras, avenidas y calles por parte de diversos grupos que protestan contra la minería, exigiendo aumento en sus jubilaciones u otras reclamaciones.
Cada quien tiene derecho a protestar, pero el resto de las personas ajenas a esos reclamos, también debe gozar del derecho a circular por las calles.
Hasta que el tráfico es pesado en el área metropolitana, el bloqueo de vías transforma en pesadilla trasladarse de un lugar a otro. La gente pierde tiempo y gasta combustible en exceso.
Ya en las dos últimas manifestaciones se han dado situaciones, que pudieron pasar a mayores, como fue el accidente de un motorisado y los golpes propinados a un viceministro.
Todo el que quiera puede protestar, pero que lo haga en las aceras o en los parques para no afectar a los que no tienen ni arte ni parte en esas manifestaciones.
Ese tipo de acciones demuestran que en Panamá se ha perdido la capacidad de dialogar y de salida se recurre al cierre de calles para hacerse escuchar. Una lucha por muy justa que sea, genera paulatinamente antipatías si los que reclaman reivindicaciones obstaculizan todos los días las vías.
Así también los funcionarios deben medir sus expresiones y no deben hacer promesas que luego no se pueden cumplir debido a las dificultades financieras de las instituciones que deben hacer frente a esos futuros compromisos.