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Jueves 30 de diciembre de 1999


MENSAJE
Luz para el camino

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Hermano Pablo

Millones de personas en todo el mundo miraron la fecha de ese día. Era el 31 de diciembre, fecha que, de por sí, tiene algo de magia, de seducción, de encanto, de nostalgia.

Pero este era un 31 de diciembre descomunal. Era fin del año 1938.

Al dar vuelta la hoja del calendario el año que entraría, el 1939, traería consigo el estallido de uno de los eventos más devastadores de la historia del hombre: la segunda guerra mundial.

Un hombre en Inglaterra, presintiendo lo que venía, plasmó en papel con tinta sus sentimientos. Era como una oración. He aquí sus palabras:

«Le dije al anciano a la puerta del año nuevo: "Dame un camino, y una luz para el camino." El anciano me respondió: "Penetra en las tinieblas. Pon tu mano sobre la mano de Dios, y Él será para ti el mejor camino y la mejor luz."»

Quien escribió esas palabras fue Jorge VI, rey de Inglaterra. Inglaterra fue una de las naciones que más sufrió el dolor de la guerra. El rey hizo esta plegaria al iniciarse el año trágico de 1939. Toda Europa sabía que negras nubes de tormenta se iban acumulando sobre su cielo. Todos sabían que se estaba entrando en un año de sombras, de tinieblas, de guerra y de muerte.

Dios no les prometió al rey ni a los millones que levantaron al cielo la misma plegaria, que no habría guerra, que no habría matanza, que no habría desastre nuclear. Pero sí prometió ser luz en medio de las tinieblas y camino derecho en medio de caminos torcidos.

Hoy estamos muy cerca de otro año. ¿Qué oración debemos hacer? ¿Pedir a Dios que evite otra catástrofe política mundial? ¿Que ya no haya amenaza de conflagración universal? ¿Que se acabe la intimidación de una guerra nuclear? ¿Que las naciones del mundo dejen de convulsionar esta tierra? ¿Que haya paz? ¿Que haya pan? ¿Que haya medicina? ¿Que haya más escuelas? ¿Y que haya justicia social en todo el mundo?

Sí, debemos elevar tales plegares al Todopoderoso. Pero debemos saber que la respuesta tiene que comenzar en nosotros. Yo no puedo controlar la voluntad de otro; sólo puedo controlar la mía. Mi petición ante Dios, por lo tanto, tiene que ser: «Señor, haz en mí, en mi corazón, en mi vida, tu voluntad.»

Invitemos a Cristo a que reine en nuestro corazón. Él es la única esperanza para este mundo confundido. Él vino a este mundo para cada uno de nosotros disfrutemos de paz.

 

 

 

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