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Entorno al primer (aunque corto) vuelo realizado por el ser humano a bordo de un avión autopropulsado, es interesante echar la vista atrás y contemplar las reacciones que el logro de los hermanos Wright despertó entre sus contemporáneos, antes y después del histórico vuelo del 17 de diciembre de 1903.
Los artífices de esta hazaña tecnológica, Wilbur Wright (1867-1912) y Orville Wright (1871-1948), no sólo inventaron el primer avión a motor que voló, sino que rompieron algunos dogmas de la física. Apenas diez años antes de este primer vuelo, una parte importante de la comunidad científica estaba convencida de que el avión jamás sería otra cosa que un vehículo quimérico. El célebre físico Lord Kelvin afirmaba que era imposible construir una máquina voladora que fuese más pesada que el aire.
Pocos meses antes, mientras ya se realizaban ensayos, una parte importante de la comunidad científica seguía estando firmemente convencida de la inviabilidad del avión.
No fue fácil que la realidad se impusiera. Durante algún tiempo después del primer vuelo, hubo periódicos que publicaron artículos dudando de su veracidad. Los redactores no creían que fuese posible volar de manera autopropulsada. Sólo la sucesión de los posteriores vuelos de demostración, cada vez más espectaculares, despejó los recelos.
Por otra parte, esta primera incursión aérea no despertó demasiado interés en la prensa. No se le veía utilidad práctica ni un futuro prometedor a una máquina cuyo único logro había sido volar gracias a su motor durante un minuto. Obviamente, casi nadie era consciente de las implicaciones científicas del acontecimiento y de que éste acababa de abrir el camino a una revolución aeronáutica.
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