MENSAJE
El pan
de yuca

Hermano Pablo
EE.UU.
Nadie supo cómo
había quedado embarazada la hija del jefe, porque ningún
hombre la había tocado. No obstante, comenzó a
formarse en su vientre un niño. El desarrollo físico
e intelectual del niño, al que llamaron Mani, fue tan
asombroso como su nacimiento virginal, pues comenzó a
correr y a conversar en cuestión de días. Corrió
la noticia y se desató una ola de peregrinajes desde los
más remotos rincones de la selva. Todo el mundo quería
conocer al prodigioso Mani.
El día de su primer cumpleaños, a pesar de no
haber padecido de enfermedad alguna durante todo ese año,
dijo: «Voy a morir», y murió. Pasó
algún tiempo y una planta desconocida brotó en
la tierra donde lo sepultaron. Bajo el cuidado de la madre de
Mani que la regaba cada mañana, la planta creció,
floreció y fructificó. A los pájaros les
encantaba picotearla, porque volaban luego dando tumbos por el
aire, aleteando en espirales locas y cantando como nunca.
Un día se abrió la tierra en la que yacía
Mani. De allí el jefe arrancó una inmensa raíz
carnosa. La ralló con una piedra, del polvo hizo una pasta,
la exprimió, encendió un fuego y coció pan
para que comieran todos. A esa raíz la nombraron mani
oca, que significa «casa de Maní». De ahí
viene el vocablo mandioca, que es el nombre que se le da a la
yuca en la cuenca amazónica y otros lugares de América.
¿En qué se parecen ese mito indígena
y la historia de la encarnación de Jesucristo? En que
tanto el niño Dios como el niño Mani nacen y viven
milagrosamente. Pero difieren esencialmente en que el Hijo de
Dios muere a los treinta y tres años y resucita como el
Pan de vida eterna, mientras que el nieto del jefe muere al año
¡y reencarna como pan de yuca!
Tal vez una de las razones por las que el niño Jesús
nació en Belén haya sido que en hebreo Belén
significa «casa de pan». Lo cierto es que en su ministerio
público Jesucristo se presentó como el pan de vida.
A la multitud que lo seguía le dijo: «Yo soy el
pan de vida. El que a mí viene nunca pasará hambre...,
y ... no lo rechazo... Porque he bajado del cielo no para hacer
mi voluntad sino la ... de [mi Padre] que me envió: que
... es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él,
tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día
final.»
Si bien Mani mitológicamente nació, murió
y reencarnó para alimentarnos físicamente, Cristo
realmente nació, murió y resucitó para alimentarnos
espiritualmente. Trabajemos, pues, como nos exhorta Cristo, «no
por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para
vida eterna», que Él mismo quiere darnos. Ésa
es la única comida que va acompañada de una póliza
de seguro a todo riesgo contra el hambre.
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