REFLEXIONES
"20 de diciembre: Diez años después"

Carlos Christian Sánchez C.
Relacionista Público
Era una noche fría, sin luna sin estrellas. Antes de la medianoche del 20 de diciemhre de 1989, una descomunal fuerza de combate salía de los Estados Unidos rumbo hacia Panamá, con el fin de intervenir militarmente en el Istmo. Unidades armadas norteamericanas destacadas en áreas colindantes al Canal, habían iniciado su incursión en la capital y Colón, colocando un cerco premeditado sobre los cuarteles de la Fuerza de Defensa Nacional. Los primeros disparos anunciaban la Operación "Just Cause" (Causa Justa), Comenzaba la invasión. Era el momento cumbre de la crisis panameña. Desde 1987, la situación política en el Istmo se descarriló, debido a los movimientos que exigían mayores libertades democráticas y sociales en el país centroamericano. Por 21 años, los militares panameños mantuvieron el control del poder estatal, además que colocaban, a su antojo, los presidentes de la República. En 1989, al ocurrir un proceso electoral fraudulento, se dan las primeras señales de que Washington preparaba una operación propia para resolver el problema istmeño. El general Manuel Antonio Noriega, acusado de narcotráfico y lavado de dinero por tribunales estadounidenses, detentaba el poder militar y político de Panamá, desde 1983. A pesar de que fue colaborador del servicio de inteligencia estadounidense, aliado de la C.I.A., y amigo de George Bush, el entonces director de la anterior agencia secreta, Noriega se gana la enemistad de Washington cuando se niega a cooperar en las operaciones encubiertas contra el Sandinismo nicaragüense, como parte de las secuelas del apoyo a la "Contra", en Honduras. Mientras, en Panamá se escenificaban hechos oscuros como la muerte de Hugo Spadafora, dirigente de la Oposición, además de las controversiales declaraciones del Coronel Roberto Díaz Herrera, quien en 1987 denunciaba las argucias maquiavélicas de Noriega, por mantener su dominio sobre el Estado panameño. Allí se enciende la caldera. Estas intrigas, aunadas con el interés de las altas esferas políticas y militares de los Estados Unidos, en mantener su hegemonía estratégica sobre la América Latina por medio de los Sitios de Defensa ubicados en las riberas del Canal Interoceánico, provocan las maniobras previas a la intervención del 20 de diciembre de 1989. Un apoyo decidido de 10 millones de dólares a la campaña electoral de la Oposición panameña, aparte de la desestabilización económica del congelamiento de los activos bancarios nacionales por valor de 300 millones de balboas en los Estados Unidos, durante marzo de 1988. La acción militar del 20 de diciembre fue temeraria. Como Norteamérica mantenía el estigma de la Guerra de Vietnam, el Pentágono utilizó lo mejor de su fuerza de infantería aerotransportada, además de los avanzados aviones invisibles a los radares, los "Stealth" F-117, con el fin de acabar con las tropas panameñas. Desde helicópteros hasta tanques pesados, de tropas de asalto especializados hasta reconocimiento por satélites, Panamá fue el "campo de pruebas" de la nueva tecnología bélica. El incidente del 16 de diciembre, cuando una patrulla de soldados norteamericanos sondeaba los alrededores del Cuartel Central, da la excusa para ocupar el Istmo. Cuatro días después, El Chorrillo, cercano a la Comandancia, fue el escenario dantesco de la grave resistencia de los soldados y batalloneros panameños. Dicho lugar fue barrido por un incendio provocado por las acciones bélicas. Cientos de panameños murieron en los combates. Incluso se dice de 4,000 pérdidas humanas, en lo que se conoce en el argot de la milicia como "Casualties". A una década de los hechos trágicos de 1989, vemos la indiferencia de un pueblo que fácilmente olvida los sucesos históricos. "Fue un mal necesario que contribuyó a la democratización panameña", me decía un compatriota, años atrás. En verdad, los mismos panameños no fuimos capaces de derrocar a Noriega, ni resistimos a sus ambiciones desmedidas. La demencia de un hombre, que creyó ser más que todos, que le declaró la guerra a la más grande potencia, que oprimió a sus opositores y mandó asesinar a los que intentaron derrocarle un 3 de octubre, había llegado al límite de la tolerancia. Hoy, en una cárcel de Miami, purga su condena. Prefirió entregarse a los gringos, antes que morir como soldado valiente. Dios lo juzgará por sus actos y crímenes.
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