OPINION


El niño de la calle

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Por Hermano Pablo
Reverendo

Su día comienza cuando sale el sol y termina cuando se van apagando las luces de las últimas vidrieras. ¿Su cama? Papeles de prensa en un rincón. ¿Su desayuno? El que encuentra en los contenedores de basura. ¿Escuela? El delito. ¿Oficio? Mendigo. ¿Su ropa? La que todavía no se ha convertido en harapos. ¿Sus zapatos? Casi siempre más grandes que su número. ¿Su hogar? La calle. ¿Su destino? El hospital, la cárcel o el cementerio. Y tiene este niño de la calle cien millones de hermanitos, en todos los países del primero, del segundo y del tercer mundo. Cien millones de niños que forman el cuarto mundo, llamado "orfandad".

Estos son datos de las Naciones Unidas. Cien millones de niños vagan sin padre ni madre por las grandes ciudades del planeta. Carecen de hogar, de educación, de familia, de protección, de religión, de esperanza.

Peter Tacon, en calidad de dirigente de una de las tantas organizaciones de ayuda a la infancia abandonada, dijo en una conferencia en Manila, Filipinas: "Los niños de la calle son profetas de un mundo del mañana que, si no hacemos algo por remediarlo, será apocalíptico."

A esa visión apocalíptica de la niñez abandonada podemos darle una simple mirada sentimental, y seguir luego ocupados trivialmente en nuestros propios intereses. Y esos niños seguirán en la calle, como pasto de la tuberculosis, del delito, de la prostitución. Y más allá, del SIDA, con su fría mordedura mortal.

O podemos darle otro enfoque y, mirando a nuestros propios hijos, los que hemos engendrado con nuestra esposa, preguntarnos: "¿Qué puedo hacer yo por ellos?" Ningún hombre sensato, moralmente sano y normal, desea para sus hijos el destino de la calle.

Pero ese hombre casado y con hijos no debe conformarse con sólo desear. Debe sacrificar su egoísmo, sus gustos, sus placeres y diversiones, para dar más tiempo a los pequeños, tiempo de calidad. Y ese hombre también debe dejar de ser él un huérfano, y hacer de Dios su Padre celestial, y de Jesucristo su Señor y Salvador. Esto lo convierte en hijo de Dios. El ejemplo que da es la mejor escuela para sus hijos.

 

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