Hace más de 500 años, los colonizadores españoles llegaron al Istmo. Las inmensas riquezas naturales del Darién atrajeron a los conquistadores, quienes intentaron tumbar la selva impenetrable para sacarle el oro que brillaba en sus caudalosos ríos. Nunca pudieron domar esta región y pronto los primeros poblados europeos quedaron cubiertos por la densa vegetación tropical.
Hoy el presidente de Colombia, Alvaro Uribe intenta emular a los españoles y recalcó al gobierno de Panamá, dirigido por Martín Torrijos, la propuesta de abrir la selva para conectar por medio de una vía a ambas naciones y por ende a Sudamérica.
Los ganaderos panameños rechazan al unísono la entrada de carne vacuna colombiana y de Sudamérica, ante la amenaza de la fiebre aftosa. Los ecologistas y los indígenas no quieren que una autopista de Meteti hasta Puerto Obaldía destruya los bosques tropicales.
Para colmos, estamentos de seguridad de Panamá insisten en que habrá mucho más problemas en la zona limítrofe con la terminación de la Panamericana, puesto que vendrían más desplazados colombianos, afectando los controles migratorios en el istmo.
El problema de la inseguridad fronteriza es una realidad que no se puede tapar con el sol La inestabilidad en los departamentos colombianos del Chocó, Urabá y Antioquia, en donde grupos insurgentes pululan cerca del Darién, se mantiene constante y ni el mismo Uribe puede controlar a los irregulares por medio de la fuerza.
Aceptar la propuesta de "destapar" la selva darienita, mientras Colombia no solucione su problema interno, no parece lo más conveniente para los intereses de Panamá.