Por la calle escuchamos constantemente eso de que el hombre es "un animal social", y si bien a algunos no les gusta la parte de "animal", nadie puede discutir que sí somos sociales.
Al menos, así deberíamos serlo, por nuestro propio bienestar mental. El aislamiento no nos trae nada bueno.
Todos necesitamos un momento de soledad de vez en cuando, pero esto no debe tornarse crónico.
En todas las barriadas -por lo menos las normales- los vecinos se conocen, se saludan, comparten, se invitan unos a otros a conversar, y organizan actividades de la comunidad. Pero nunca fallan un par de unidades de las cuales casi nadie sabe nada. Sólo los ven entrar y salir de sus casas fugazmente.
Ahora se da mucho el fenómeno de los adictos a la Internet, que pasan horas y horas pegados a la computadora visitando páginas web, y hasta chateando con muchas personas al mismo tiempo, pero el problema es que canalizan su vida social únicamente a través de los medios electrónicos.
No se trata precisamente de ermitaños, pero sí tienen una vida social distorsionada. En los pocos momentos en que se encuentran con un grupo de personas, no muestran la misma confianza en sí mismos ni la misma extroversión que cuando están detrás del teclado.
Incluso, cuando se encuentran con algunos de sus propios compañeros de chat, la conversación es más reservada.
Esto es porque a través de una pantalla de computadora, no podemos recibir el mensaje completo.
Vemos las palabras que nos escriben, pero no podemos detectar las miradas, los gestos y las entonaciones de la voz que nos dicen si la persona con que hablamos tiene buenas intenciones. No podemos conocer a nadie realmente si no nos relacionamos con ellos en vivo y en directo.
Si usted es una de estas personas, comience a practicar con el mundo real, y dejar un poco de lado el mundo virtual.