¡Hijo mío! Quiero hablarte
mientras te encuentras dormido...
Entro en tu cuarto en puntillas
y el corazón remordido,
para decirte mi pena
de culpable arrepentido....
He sido duro contigo.
Hoy mismo, por la mañana,
te regañé al haber visto
que no lavabas tu cara
con jabón.
Pues mira, mi niño amado,
a poco de haberte ido
se me escurrió de las manos
el periódico. He sentido
temor ante los efectos
que mi hábito dañino
de mandar y encontrar faltas
obraba en contra del hijo.
¡Yo seré desde mañana
para ti lo que he debido
ser siempre: tu compañero,
tu padre amable y tu amigo!
Sufriré cuando tú sufras
y me alegraré contigo,
y no haré más que decirme:
"Es un niño pequeñito."
Estos versos que escribió el poeta cubano Luis Bernal Lumpuy basándose en una narración en prosa del autor Livingstone Larned nos llevan a reflexionar sobre la genuina paternidad responsable. No nos limitemos a reconocer que somos padres de nuestros hijos como si les estuviéramos haciendo el favor de darles apellido. Más bien, reconozcamos que son una herencia del Señor, 2 y aceptémoslos con todas sus imperfecciones. Paradójicamente, nuestro Padre celestial no sólo nos acepta de la misma manera a nosotros, sino que nos exige que cambiemos y nos volvamos como nuestros niños para que entremos en el reino de los cielos.