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Complicidad por omisión

Por: Fermín Agudo A. | Colaborador

La alta cultura es la fuerza motriz y vibrante que mueve los pueblos avanzados, prueba fehaciente de años en procesión persuasiva, herencia costumbrista y didáctica de los conjuntos sociales que en fusión a través de los siglos, obedecen a patrones básicos de: raza, religión y de conocimientos promotores de civilización. Estas son gente destacadas, respetadas, dueños de la historia, venidos para vencer, subyugando a los distraídos, aletargados y embelesados, que en sucesión, han recibido con marcada distinción las proles hechas tiestos legadas por sus antiguos parientes. La cultura baja es sensible a las influencias foráneas, especialmente aquellas modalidades degradantes que hacen trizas al espíritu humano.

Son vidas sin patrones formidables, enclenques, sujetos a las avalanchas adversas indicadoras de fracasos con tendencias a desaparecer con absoluta rapidez. Cien años tuvimos de vecinos a los norteamericanos en la antigua Zona del Canal, pero qué aprendimos de ellos en cuanto a hábitos higiénicos, nada; seguimos siendo los tira-papeles y cochinos de siempre.

Lo que ha prosperado con tentadora vertiginosidad es la mentira y el vicio, daños donde estamos sumergidos hasta el cuello. Estamos hundidos en los pasatiempos, queremos que todo el año se convierta en un solo día puente, pero eso sí, toma chocolate y paga lo que debes. ¡Aun la selva nos asfixia!. Pobres pueblos descarriados sin profeta que le indique la dirección del camino. La diversión tiene primacía y esto nos alegra que digan que somos un pueblo divertido, como si fuera una diadema deslumbrante que llevamos sobre las sienes incultas. Todo lo que sucede respecto a la corrupción despampanante que padecemos la culpa es nuestra, por no saber defender nuestros derechos a la hora coyuntural. Aquí, cualquiera habla con derecho o sin él en nombre de la honradez. ¡Y los demás somos idiotas! Siento una cólera contra todas las injusticias, la misma cólera que palpita en el alma de todo redentor y el profundo desagrado espontáneo y natural que impulsa el espíritu altivo de todo libertador, inspirado en el fragor de la batalla.



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