Víctimas y victimarios, cómplices, todos son uno y uno todos. ¿Quién levanta el dedo acusador?
Todos caben. No admitirlo, izar la bandera de la exclusión es una marca maldita, como la de Leonardo en "Bodas de sangre".
A la larga, la vida, ¿o la muerte?, pasa la factura.
"Bodas de sangre" estrenó ayer y comenzó con la lectura de los titulares del tabloide de mayor circulación en Panamá, "Crítica".
El escenario de la Sala Mojica del teatro La Quadra se tiñó de rojo, de la sangre del novio, asesinado por Leonardo, mientras los zopilotes rondaban en una urbe donde de día y de noche anida la violencia y hacer presa del otro pareciera ser la consigna, porque los valores, modelos y principios están atados de pies y manos. Y las lenguas acalladas. ¿Tímidas? ¡Cómplices!
Esta obra habla de la incapacidad del ser humano para apaciguar al lobo interno y evitar que "la sangre llegue al río" cuando hay rencillas y deudas pendientes, más si la traición es un ingrediente en la relación en pareja.
Adaptada por Arturo Wong Sagel a nuestro país, en ella se haló las orejas a machistas, inescrupulosos, infieles, chismosos y hasta a urbanistas que construyen ciudades donde los sueños de los habitantes tienen las alas rotas.