Siento que lo que voy a escribir no viene acompañado de estridentes sones de trompetas, tampoco posee los eminentes atractivos de la novedad. Observando la actitud de muchas personas que trabajan en los estamentos estatales, es de considerar que deben ser más maleables en lo referente al trato al público que representa sus sostenes económicos. Y casi siempre es enfadosa y empalagosa la atención dispensada, como si de verdad fuésemos mendigos de voluntades. Son pocos los funcionarios que evidencian estar realmente dispuestos a conocer y buscarles solución a los apuros que nos llevan hasta ellos. Una de las tristes experiencias consiste en el uso inadecuado dispensado al necesario teléfono oficial. Yo les sugiero a los ministros y jefes de departamentos que les den monitoreo a dicha situación; porque el público sufre mucho acudiendo a la solvencia de los problemas y que lo hagan esperar inútilmente en las salas de recepción, para finalmente comunicarles que no pueden ser atendidos. Si el empleado del Estado estuviera plenamente identificado con su rol, comprendería sin reservas, que él se debe al hombre sencillo, llano, que amortiza periódicamente sus compromisos con el gobierno. Por más seminarios que les impartamos, siempre obtendremos el mismo producto cartesiano 2 x 2, que inevitablemente nos dará cuatro (4). Me gustaría que fuéramos liberales trabajando sin prejuicios en nombre de la productividad. El empleado del gobierno no es para entorpecer el engranaje estatal, por el contrario, debe aceitarlo buscándole el mejor rendimiento. Esta compleja maquinaria requiere de nuestro anhelo, para su cordial funcionamiento y eso es lo que muchos desconocen, los habilitados por la indiferencia. Cuando en estos lares me han tratado con desprecio, he levantado mis ojos el cielo para buscar a Dios, otras veces, los he bajado hacia la tierra, para encontrar consuelo; pensando que si eso me lo hacen, cómo será con el que no sabe un rasgo de letra.