El candente sol citadino y el olor a putrefacción que impregnaba el ambiente hacían difícil tratar de concentrarse en otra cosa que no fuera la muerte.
Pero no en el concepto de muerte como desenlace final de haber vívido a plenitud, sino de aquella muerte que es el castigo que los criminales aplican a los que les han fallado.
PISTAS
Una camioneta roja estacionada por varias horas a orillas de la vía este que conduce al Puente Centenario, después del Estadio Nacional, levantó las sospechas de las autoridades de que algo extraño estaba ocurriendo.
Al llegar unidades policiales y revisar el auto con matrícula 274548, se encontraron manchas de sangre en el mismo, lo que aunado a una llamada anónima que alertaba sobre la existencia de dos cuerpos a orillas de la carretera encendió la alarma en las autoridades. Luego de una exhaustiva búsqueda por los alrededores, a 500 metros de donde estaba el vehículo se dio con el hallazgo de los cadáveres.
VICTIMAS
Los cadáveres de los infortunados que fueron identificados como Walberto De La Guardia, de 63 años, y César Augusto Prado, de 48, estaban maniatados y amordazados, y uno de ellos envuelto en una sábana rosada.
Los ejecutados no tenían orificios; presentaban múltiples golpes. Supuestamente murieron por asfixia por estrangulación.
Las víctimas residían en Carrasquilla, corregimiento de San Francisco, y se dedicaban a la venta de prendas de oro.
Ambos eran de nacionalidad panameña.
CAMINO DE LA MUERTE: TUMBA DE EJECUTADOS
Las vías de acceso al Puente Centenario se han convertido en parte de los sitios predilectos que utilizan las organizaciones criminales para deshacerse de los cadáveres. El último cuerpo hallado en las mencionadas vías fue el del banquero Miguel Antonio Galdames, en septiembre.