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Iba a ser una travesura, sólo una travesura, pero una travesura seria. La realizarían dos niños, uno de doce años y otro de nueve. Fumarían su primer cigarrillo de marihuana, adquirido en la escuela.
Se fueron al baño de su casa, y encendieron un fósforo. Para disimular el hecho, hicieron correr el agua del baño. De alguna manera, el agua venía mezclada con gas propano de una fábrica vecina.
Se produjo una violenta explosión y ambos niños quedaron gravemente quemados. "Nunca he visto un fuego que haya comenzado de una manera tan extraña", comentó Rey Moseley, jefe de bomberos.
Nadie puede medir las consecuencias de una travesura infantil. Lo que se hace por diversión, por juego o por apuestas, puede terminar en desgracia, o peor aun, provocar la muerte.
La verdad es que si estos dos niños no hubieran causado la explosión con sus cerillos, siempre el probar el primer cigarrillo de marihuana habría sido una desgracia, el primer paso dado en un camino que desciende hasta el infierno mismo.
¡Qué grandiosas maravillas o qué horribles desgracias puede producir un principio casi insignificante! El que primero comenzó a jugar, a modo de afición, con sencillas alas hechas de madera y de tela a principios del siglo veinte, nunca se imaginó que el mundo entero viajaría sobre alas, de un lado a otro de este globo, casi a la velocidad del sonido.
Por el otro lado, el que a modo de ensayo comenzó a estudiar el átomo, también como afición, nunca se imaginó que llegaría el día en que todas las naciones del mundo vivirían temblando de miedo sabiendo lo que pudiera producir una conflagración nuclear.
Una oración sencilla dirigida al Padre celestial en el nombre de su Hijo Jesucristo puede transformar por completo nuestra vida.
De una vida de desilusión y fracaso puede surgir una vida de victoria y de paz, y esto en un abrir y cerrar de ojos. Un pequeño principio puede producir un gran milagro. Sólo hay que dar ese primer paso, hacer esa primera oración. Hagámosla ahora mismo. |
