OPINION

REFLEXIONES
En defensa de los buscadores de tesoros

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Por Rafael Ruiloba
Director del INAC

Uno piensa que un buscador de tesoros es un pirata -con pata de palo; parche en el ojo; cuchillo al cinto; espada en mano- que recorre los mares con una bandera donde flamea una calavera. Nada más falso. Un buscador de tesoros es un ciudadano respetable: un inversionista, un policía jubilado; una ama de casa, un labriego de los cañaverales, que a lo sumo son personas atenazadas por la avaricia o son víctimas de la imaginación exaltada.

En realidad hay tres clases de busca tesoros: el que anda tras la pista de un tesoro oculto en su imaginación. El que anda tras los tesoros arqueológicos que son patrimonio del Estado y el que está dispuesto a robarse el tesoro que encuentre alguno de los dos anteriores. Por eso el buscador de tesoros es sigiloso y desconfiado; y la más de las veces está armado hasta los dientes como el pirata del cuento.

El que anda tras un tesoro real se diferencia de los demás porque es sacrificado y tenaz. No sólo se leyó la edificante y ejemplar historia de Alí Baba y los cuarenta ladrones; si no que medró bajo la lluvia en busca de cementerios indígenas para venderle piezas de oro al chino de Santiago o se pasó años en los archivos de Indias ubicando naufragios o se enlodó hasta el cuello deslavando laderas o se su sumergió cientos de veces en aguas infectadas de tiburones en busca de uno de los 69 galeones del patrimonio arqueológico subacuático. No me extraña que ahora este ahorrando para comprarse una abeja robot que es en realidad un detector de oro.

El problema real con ellos es que ya no se conforman con saquear tumbas pre colombinas o depredar las 400 toneladas de objetos de oro y plata que hay en el miserable galeón San José, sino que esta vez han organizado en Panamá un conciliábulo internacional porque andan tras la pista de tesoros más rentables y decorosos: el tesoro de Lima por ejemplo o un submarino con el tesoro de Francia, o la misteriosa mina de la Estrella. (El submarino alemán abandonado en Bocas del Toro ya no tiene tesoros).

Algunos ven un indicio del tesoro de Lima en las extrañas inscripciones que hay en la estatua del Libertador en San Felipe, cuya lectura cabalística significa más o menos "En estas tierras (Panamá) no sólo está al mayor tesoro del mundo, sino la fuerza de la libertad.

El tesoro que tiene más posibilidades de existir es el de la mina de la Estrella. Recientemente hemos localizado los restos de la ciudad de Santiago de Talamanca cerca del río Sixaola donde según Pedro Caro (1563) y Juan Vásquez de Coronado (1565) está la veta de oro más grande del mundo. Informan los cronistas que en sus alrededores se encuentran muchos depósitos de oro dejados por los españoles.

Al parecer en los años 40 el francés Van Steak encontró uno de estos depósitos. Presuroso dio parte a las autoridades. El mismísimo Juan Demóstenes Arosemena y el tenebroso Coronel Pino partieron hacia las montañas para confirmar la existencia del prodigioso tesoro. Cuando llegaron al sitio, de acuerdo a la versión oficial no existía tesoro alguno y el francés, compungido de la pena se voló la tapa de los sesos, lejos de la mirada presidencial, por supuesto. Cuando un DC 3 inglés llegó a David para llevarse un misterioso cargamento, los estudiantes coreaban Oscar, Oscar tres barras para la Normal.

Como el lector ha deducido en realidad no me interesa defender a los saqueadores de tesoros arqueológicos. Pienso que hay que recluirlos en alguna de las infames pensiones del Estado, sin embargo me parece que el anteproyecto de ley sobre tesoro si lo hace. Todo parece indicar que una de estas leyendas es cierta.

 

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