MENSAJE
Hambre: producto universal

Hermano Pablo
La comida era magra y carecía de elementos nutritivos, y se servía una sola vez al día, a las seis de la tarde. Los comensales eran treinta estudiantes de una escuela secundaria de San Francisco, y el comedor era la cafetería del colegio. Los estudiantes, chicos y muchachos, se habían prestado voluntariamente para hacer un experimento. Durante tres días iban a hacer una sola comida diaria, compuesta de una taza de arroz sancochado, media taza de espinacas hervidas y una taza de leche en polvo. El profesor Roberto Jacobs, que dirigía el experimento, quería mostrar los efectos del hambre crónica a una sociedad que vive en demasiada abundancia. La dieta prescrita era de sólo 266 calorías, es decir, la cantidad de calorías que tendría cada ser humano diariamente si toda la comida disponible del mundo se distribuyera por igual a cada ser humano de la tierra. ¡Sólo 266 calorías por habitante! Representaba menos de la cuarta parte de lo que el ser humano normalmente necesita para sobrevivir. Los estudiantes experimentaron estos malestares: dolor de cabeza intenso, mareos, pérdida de la memoria, irritabilidad, fatiga y, por supuesto, un hambre creciente y obsesionante. Nuestro mundo moderno se ve amenazado por muchos y serios peligros, pero éste de morir de hambre es uno de los más dramáticos. Y no es porque la tierra no pueda producir suficiente comida para todos, sino porque el hombre no ha aprendido todavía a distribuir justa y equitativamente las riquezas. Lo que entra en juego es el egoísmo humano. Las personas que logran alcanzar cierto nivel de bienestar se olvidan de los demás. Y ese egoísmo, llevado a escala mundial, es lo que produce el espantoso desnivel social que nos afecta. La verdad es que Cristo, sólo Cristo, cuando entra al corazón de cada individuo, puede solucionar todos los problemas de la humanidad. Hoy Él puede solucionar los problemas de la vida de todo el que le rinda el corazón.
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