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Hermano Pablo | Reverendo

No era un prisionero cualquiera. Era un autor teatral, de aquellos a quienes Dios dotó de un gran ingenio. Lamentablemente, cayó en manos del enemigo durante la cruel Guerra Civil española. Mientras le hacían el registro de rigor en la prisión de Madrid, Pedro Muñoz Seca les dijo a sus guardianes: "Podréis quitarme la cartera. Podréis quitarme las monedas que llevo encima. Podréis quitarme el reloj de mi muñeca y las llaves que llevo en el bolsillo. ¡Podréis quitarme hasta la vida! Sólo hay una cosa que no podréis quitarme, por mucho empeño que pongáis: ¡el miedo que tengo!"

A pesar de la chispa y del sentido del humor que mostró como prisionero, lo condenaron a muerte. Camino a Paracuellos del Jarama, adonde sabía que lo llevaban para fusilarlo, don Pedro cambió de parecer. Aludiendo al registro que le habían hecho en la cárcel, les dijo a sus verdugos, para rematar: "Me equivoqué al ingresar en la prisión de Madrid y deciros lo que os dije. ¡Sois tan hábiles que me habéis quitado hasta el miedo!"

A esta muerte Fernando Díaz - Plaja la califica de elegante, dando a entender que es digna de elogio. Muñoz Seca "acudió en los últimos instantes a su vena humorística", comenta el historiador español. Y esto, aunque no le salvó la vida, sirvió para que hiciera memoria de él en su Anecdotario de la Guerra Civil española.

Lo que no nos puede decir Díaz-Plaja es lo que realmente sentía al enfrentar la muerte aquel ingenioso autor del teatro español. Porque una cosa es lo que manifestamos por fuera, y otra lo que sentimos por dentro. Los únicos que saben lo que sentimos muy adentro somos nosotros... y Dios nuestro Creador.

A Dios gracias que Él está consciente de todos nuestros temores, no sólo el más grande -el de la muerte- sino todos los que nos asedian de aquí a la eternidad. Si de veras tememos la muerte, es porque no hemos acudido al Dador de la vida.3 En vez de esperar acudir en los últimos instantes a nuestra vena humorística o intelectual o material, más vale que acudamos hoy mismo a nuestra Vena espiritual. Esa Vena es Jesucristo, el Hijo de Dios, que vertió su sangre por nosotros.4 Él se dejó matar para que nosotros no tuviéramos que morir eternamente.5 Si acudimos a Él, perderemos el temor a la muerte y ganaremos la esperanza de vida eterna.



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