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HOJA SUELTA
Besarla

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Eduardo Soto Pimentel
Eduardo Soto P.
Crítica en Línea

Cuando le pregunté si aceptaba ser mi chica, yo volvía altanero de lo que en ese tiempo creía eran mil batallas, y ella se mantenía virgen de los pies a la cabeza. Fue una tarde de agosto durante el sarao de aniversario, en la banca de escuela que todavía debe tener marcados nuestros nombres. Casi le da un infarto; los colores le subieron al rostro; se atragantó como con cien razones para decirme que no (la primera y más convincente era mi vocación canina), pero me dejó esperanzado cuando pidió tiempo para pensarlo. A los días me dio el sí (fue en un bus), pero no nos besamos... había muchos testigos.

Al día siguiente, también por la tarde, la senté en la desierta cafetería del colegio y pegué mis labios a los suyos. Ella cerró los ojos -más por pánico que por pasión- en una apretada mueca de terror por lo prohibido; dejó de respirar, y me permitió ser el primero en su vida que hacía eso.

Cuando me separé, un hilillo de baba se vino conmigo. Era un consistente y blancuzco cordel de su saliva, con vida e independencia, necio (como el hule), que casi nos mata: a ella de la pena y a mí de la risa.

Esa fue la tónica de toda la relación, que duró once meses: besos húmedos, escandalosos, a medio hacer, salivosos... pero tiernos e inocentes como nunca tuve otros.

Fueron tiempos de descubrimiento. Descubrí, por ejemplo, que cuando tu "novia" es del cuadro de honor, y por cosas de la vida fracasa en alguna materia, sus padres siempre te culparán a ti, y a nadie más que a ti, porque eres un muchacho pervertido que la distraes demasiado, con esas inacabables llamadas nocturnas (suerte que no existía Cable & Wireless); y con aquellos poemas que hablan de mañana juntos, de hijos, de amaneceres abrazados y de que "eres mi costilla... la Eva de este Adán".

Ella jura que la dejé por otra, pero yo creo todo el asunto murió cuando aprendió a besar. Y porque estábamos perdiendo la inocencia. Una noche en un parque, al abrigo de las sombras, y al calor de sus pechos santos, casi la perdemos del todo. Mejor que no ocurrió; de haber sido así, no tendría yo estos recuerdos benditos de mi mejor edad, y mis más dulces sentimientos.

Eso, la inocencia y los buenos sentimientos, es lo que le falta a tanto joven nuestro hoy en día. Se quedan en la superficie, en la piel, y se olvidan de lo rico que es besar sin que necesariamente hiervan los fluidos corporales.

Por eso hay tanta violencia y asesinatos pasionales: porque la gente se ha olvidado de besar con candidez.

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Programa de Aniversario de la muerte de Avelino Muñoz en RPC Televisión (Canal 4)

CREO SER UN BUEN CIUDADANO

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