«Para que disfrutes de una larga vida»

Hermano Pablo
La fiesta se preparó con mucha anticipación, y fue una de las buenas. Se cocinaron 20 cerdos, 530 pollos, 500 kilos de carne de res, 360 de arroz, 360 de papas y 60 de harina. Se bebieron 9.000 refrescos, 400 docenas de cervezas y 100 litros de aguardiente. Asistieron a la fiesta casi 2.000 personas. Cien cocineras prepararon la comida durante tres días, y se estima que los gastos de la comilona llegaron a 16.000 dólares. Sucedió en Virginópolis, estado de Minas Gerais, Brasil, y fue una fiesta de cumpleaños para doña Marina Coehlo de Oliveira, que cumplía 100 años de edad. Entre hijos, nietos, biznietos y tataranietos, doña Marina tiene trescientos ochenta y seis descendientes. Una larga vida, una gran descendencia y una gran fiesta para celebrarlo todo. Así debiera ser la vida de todos los seres humanos. La Biblia lo da a entender cuando, hablando del anciano patriarca que caminaba con Dios, dice de su muerte: «... y murió en buena vejez, luego de haber vivido muchos años, y fue a reunirse con sus antepasados (Génesis 25:8). Dios hizo al hombre para que viviera muchos años; para que desarrollara armónica y sanamente su cuerpo, su alma y su espíritu; para que se casara con una buena mujer, la mujer de su corazón, y engendrara con ella una buena descendencia. Dios nos hizo para que disfrutáramos de la vida. De lo contrario no nos hubiera dado el mandamiento que dice: «Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el SEÑOR tu Dios» (Éxodo 20:12). Dios nos hizo para que admiráramos las maravillas de la creación y lo alabáramos por su grandeza, su sabiduría y su amor; para que fuéramos amigos suyos, y en esa amistad halláramos la mayor satisfacción. Dios nos hizo como cántaros para ser llenados. Como Creador, Señor y Padre nuestro que es, nos hizo para llenarnos de su Espíritu. No nos hizo para la guerra y la violencia, para el pecado y el vicio, para la enfermedad y la muerte, sino para la vida sana, sencilla, feliz y fructífera. Si no disfrutamos de esa clase de vida, no es porque Dios no quiso que así fuera, sino porque somos desobedientes, rebeldes e incrédulos. Y por ser así, acortamos nuestra vida y la hacemos triste, amarga y miserable. Pero no importa cuán caídos estemos. Dios siempre nos extiende una mano de amistad en Cristo. Esa mano de Cristo extendida es una mano de ayuda, de salvación y de bendición. Está al alcance de todos. Tomemos esa mano extendida ahora mismo.
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