MENSAJE
Acentos que faltan y que hacen falta
- Carlos Rey
Acababa de circular entre
los honorables representantes a la Cámara de Puerto Rico una resolución
en la que se aplaudía el cincuentenario de la fundación de
la Legión Americana. Pero resultó que en vez de aplaudir
a su vez aquella resolución del Representante por Bayamón,
sus colegas del capitolio le criticaron la ortografía. Es que en
su Exposición de Motivos, de apenas 36 líneas, encontraron
no menos de 24 errores de acentuación.
Terminada la lectura de la resolución, uno de los representantes
se atrevió a inquirir sobre la ausencia de tantos acentos. El proponente
le contestó: "Es que la máquina de escribir no tiene
acento." Lamentablemente para aquel representante por Bayamón,
su respuesta no convenció a nadie, ya que había otras palabras
en el texto que sí aparecían acentuadas. Por eso Jorge Javariz
en su columna "Cosas del Capitolio" que público en el periódico
El Mundo el 19 de marzo de 1969, comentó: "×Es evidente
que quien no tenía el acento era el mecanógrafo!"
¿Por qué que hay tantas personas que no saben dónde
ponerles los acentos a las palabras. Seguramente es porque se han convencido
de que alguien inventó los acentos con el fin de hacerles imposible
la vida, en vez de comprender que se crearon con el propósito de
facilitarles la lectura. Si no hubiera acentos, no sabríamos cómo
pronunciar un sinnúmero de palabras, y tropezaríamos a menudo
al leer, pues no podríamos distinguir siquiera entre expresiones
tales como "el camino" y "él caminó".
De modo que los acentos le dan sentido a lo que de otro modo no lo tendría.
Es una de sus cartas, San Pablo nos da entender que cada uno de nosotros
es una carta, conocida y leída por todos. A la máquina de
escribir que es nuestra vida, Dios le puso acento, pero se reservó
para sí el uso de ese acento. Cada vez que hacemos las veces de mecanógrafos
y procuramos acentuar las palabras de nuestra carta, fracasamos porque nuestro
Diseñador es el único que sabe cómo poner los acentos.
Más vale entonces que abandonemos nuestros inútiles esfuerzos
por hacerlo nosotros mismos, y que le pidamos más bien a Dios que
nos ponga los acentos que nos faltan para que tenga sentido esta vida que
de otro modo no lo tiene. Sólo así podrán los demás
saber y leer que somos personas plenamente realizadas, pues como lo afirma
San Pablo, será evidente que somos una carta de Cristo que El ha
escrito en nuestro corazón, con todos los acentos bien puestos.


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