EDITORIAL
Balance negativo de un oscuro acontecimiento
Mandos castrenses nucleados
por el Teniente Coronel Boris Martínez, en la coyuntura de remoción
y cambios en los destinos policiales ordenados por el Presidente Constitucional,
Doctor Arnulfo Arias Madrid, el 11 de octubre de 1968, derrocaron el régimen
legítimo para instaurar el período de oscuridad que por veintiún
años repartió el viento frío del terror y el miedo,
y llenó de compatriotas las sargástulas y lanzó al
destierro y el exilio una diáspora de opositores y disidentes.
Los militares apropiados del mando público cerraron la Universidad,
destituyeron profesores, excluyeron largas listas de estudiantes, y militarizaron
la vida académica con tropas y Cuarteles en el campus; de esta horneada
represora resultaron perjudicados los estudiantes en forja que recibieron
entonces docencias inexpertas, de acomodos temerosos, torcedores de la verdad
y mixtificadoras de los eventos.
Las reformas de los planes humanísticos del bachillerato panameño
para bonificar las formaciones comercial, mercantil y financiera, destruyeron
la reciedumbre del egresado de secundaria y dañaron las estimas que
en el exterior se tenía por los títulos nacionales, obligando
a los graduados de ahora a someterse a mediciones académicas, antes
no exigidas.
Los contenidos históricos, cívicos y geográficos
del aprendizaje panameño fueron mutilados en los libros para relievar
figuras de la imposición castrense, relegando el olvido a patricios,
patriotas y próceres que dieron sentido a la nacionalidad y buscaron
patria libre y grande desde los albores del siglo diecinueve.
Las mecánicas de ascenso social que en el pasado radicaron en
el estudio y el trabajo constructivo resultaron con el golpe castrense arrinconadas,
para permitir que las proximidades, parentelas y acomodos con los uniformados
impulsara el reconocimiento público; y los institutos de formación
cuartelaria recibieron plenos apoyos y respaldos, mientras la educación
civil pereció en deteriorados edificios y obsolescencias tecnológicas.
El destino político y los ingresos a la burocracia estatal asentaron
en el padrinazgo de los entorchados, y entonces el dedo ordenador determinó
las representaciones y los cargos, desde presidencias a corregidurías.
La penetración corruptora de las ofertas y las sinecuras manchó
las luchas patrióticas, de estudiantes y gremios, haciendo de las
dirigencias apéndices de la voluntad uniformada.
Panamá cambió normas constitucionales y proclamó
el rol imperial de un funcionario omnímodo con nombre y apellido,
en el artículo 277 de la Carta Magna, quien condujo las riendas nacionales.
En las localidades un resucitado comisariado soviético con nombre
de representante de corregimiento, dominó la vida vecinal.
Las labores productivas de sustitución de importaciones y desarrollo
del agro panameño fueron sobrepasadas por el rol empresarial del
Estado, que invadió quehaceres propios de la iniciativa privada,
copiando modelo cubano, cuyo posterior deterioro y quiebra resulta en ofensas
colectivas.
El balance del 11 de Octubre y sus secuelas es negativo; conforma un
episodio de repulsa que debemos escudriñar con escalpelo analítico
juzgador, para impedir que se repita jamás.


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