VARIEDADES

CRIMENES
El enviado de Satán

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Max Haines

¿Estaba Steven Mignogna haciendo el trabajo del diablo cuando asesinó a dos muchachas adolescentes?

Michael Gionta, de 20 años, y Steven Mignogna de 18, eran buenos amigos. Los dos jóvenes estaban dando vueltas sin rumbo fijo en el camión rojo de los padres de Steven en una calurosa noche de agosto de 1988, cuando el destino los puso en contacto con dos jóvenes muchachas, Penny Lee Ansell, de 13 y Melissa Marie Baker de 12.

Penny y Melissa habían sido dejadas frente a un centro de compras en North Huntingdon, alrededor de 45 kilómetros al Este de Pittsburgh, Pasadena, por un pariente que había prometido volver a buscarlas a las 10 de la noche. Las muchachas se fueron hacia una sala de juegos de video. Cuando el pariente volvió, las chicas no estaban por ningún lado.

En su hogar en el cercano Monroeville, Michael Gionta estaba agitado. Y por una buena razón. Había sido testigo de un doble asesinato. Michael intentó dormir, pero simplemente no podía borrar ese conocimiento culpable de su mente. Desesperado por contarle a alguien lo que había visto, despertó a sus padres, quienes inmediatamente lo acompañaron a la estación de policía local.

Después de relatarle su historia de terror al oficial de guardia, acompañó a los detectives hasta un camino solitario, donde fueron recuperados los cuerpos de Penny Ansell y Melissa Baker. Estos estaban envueltos en bolsas de basura de plástico y asegurados con cinta adhesiva.

Michael dijo a los detectives que el autor era su amigo Steven Mignogna, del cercano Trafford. Steven fue detenido y alojado en la cárcel. A las 7 de esa misma mañana, estaba contando el horripilante relato de cómo él y Michael habían recogido a las dos jovencitas. . Steven admitió haber matado a las dos muchachas y al mismo tiempo absolvió a Michael de cualquier complicidad en el crimen. Sin embargo, se negó a dar detalles de los asesinatos en sí.

La casa de los Mignogna fue revisada. Aunque toda la casa había sido limpiada cuidadosamente, la policía encontró manchas de sangre en el baño y en las alfombras. También había manchas de sangre en la parte trasera del camión rojo de la familia.

Los cuerpos de las jovencitas exhibían la cruda evidencia del martirio que habían soportado. Melissa había sido tajeada a través del cuello tres veces y apuñalada varias veces en el corazón. Ella había sido violada. Su amiga Penny no había sido violada, pero ella también había sido tajeada a través de la garganta y apuñalada en el corazón.

Había muy pocas dudas de que Steve Mignogna había cometido ambos crímenes, pero el caso iba a tomar un extraño giro cuando se encontró una Biblia satánica en la habitación de Steven. El hallazgo de la Biblia concordaba con el descubrimiento por los investigadores de que el 2 de agosto, la noche de los asesinatos, era la víspera de la fiesta de los adoradores del demonio conocida como Jarana Satánica. Uno de los rituales de la festividad satánica consistía en tener sexo con jóvenes vírgenes. Steven admitió que era un estudiante interesado en la adoración a Satán.

Como si el reparto de esta tragedia humana necesitara un personaje más, apareció en escena el cura católico romano, el padre Orlando Prosperi, quien era también abogado. Ofreció sus servicios para la defensa, sin cargo. De este modo se presentó una extraordinaria defensa en el juicio de Steven. El padre Prosperi afirmó que las dos niñas no habían sido asesinadas realmente por Steven sino por la música de rock pesada, la pornografía y por Satán mismo.

En contraste, el abogado de la fiscalía afirmaba que Steven había matado a sangre fría. Pidió la pena de muerte para el acusado. Declaraba que Melissa había sido asesinada para evitar que revelara la violación y a Penny la había matado porque era un testigo.

Michael era el testigo principal de la fiscalía. Dijo a la Corte que había sido amigo con Steven por años. En la noche en cuestión, dijo que Steven condujo hasta su casa. Michael y Penny se habían quedado abajo en la sala. Melissa y Steven fueron al piso superior a escuchar música. Michael dijo que él le había gritado a Steven que se estaba haciendo tarde y que deberían llevar a las muchachas de vuelta al centro comercial. Steven no contestó. Finalmente bajó hasta la mitad de las escaleras y le dijo a Penny, “tu amiga quiere verte en el baño. Quiere hablar contigo”.

Momentos después, Michael oyó gritar a Penny. Subió las escaleras y entró al baño. Melissa estaba allí en la bañera. Había sangre por todos lados. Estaba viva y tratando de respirar. Michael trastabilló escaleras abajo y perdió el sentido. Volvió en sí un poco más tarde con Steven inclinado sobre él, pidiéndole su ayuda. Michael miró a su amigo y simplemente no pudo soportar más. Corrió fuera de la casa y trató de llamar a sus padres desde un teléfono público, pero ellos no estaban en casa.

Confundido, enojado y temeroso, Michael empezó a caminar hacia su casa, pero pronto Steven estuvo a su lado con el camión rojo, instándolo a subir. Michael hizo lo que Steven le ordenó. Steven le dijo a su amigo, “no puedo creer lo que he hecho”.

Los dos hombres condujeron por el camino solitario. Michael observaba mientras Steven arrastraba los dos cuerpos hasta un ligero barranco. Camino a casa Steven le imploró que no dijera a nadie lo que había sucedido. Más tarde esa noche Michael estaba tan nervioso que se lo contó a sus padres.

La evidencia contra el acusado era abrumadora, pero el padre Prosperi veía las cosas de un modo diferente. Afirmaba que su cliente había estado actuando bajo las instrucciones del demonio y que no había podido evitarlo. El fiscal respondió señalando que Steven no había tenido problema en decidirse a limpiar la sangre, y envolver y disponer de los cuerpos. Leyó de una declaración dada por Steven a los detectives a principios de la investigación. Después de tajear la garganta de Melissa, Steven le había preguntado, “¿Por qué no te mueres?”. La respuesta de la niña fue, “¿Steven, por qué estás haciendo esto?”.

Durante sus declaraciones finales el padre Prosperi citó las últimas palabras de Jesucristo en la cruz, “Perdónales, porque no saben lo que hacen” e imploró al jurado, míren a Steven, mírenlo, porque no sabía lo que hacía. Al jurado de Pennsylvania le tomó sólo dos horas encontrar que Steven sabía exactamente lo que estaba haciendo. Fue encontrado culpable de asesinato en primer grado en ambos casos y fue sentenciado a dos términos de cadena perpetua a regir consecutivamente.

 

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