Hacer análisis de los pasos de Nuestro Señor Jesucristo no es tarea fácil. Mucho se ha escrito sobre esto, pero ahora me toca a mí hacer el relato. Cuando más sencillamente lo hagamos, será mejor.
Pues bien, en una de las tantas cuevas existentes en Belén, en la región de Palestina, modernamente Judea nació el creador del universo. Se cuenta que en la parte baja de la Iglesia La Natividad hay una estrella de oro y plata que dice: “Aquí nació el Rey de los judíos”.
Al enterarse el rey Herodes de la noticia ordenó la matanza de todos los niños. Más tarde citó a todos los jefes de los sacerdotes y les dio: “Vayan a Belén de Judea, tierra de los judíos dominada por tropas romanas; el lugar no ofrecía seguridad alguna a la sagrada familia, por tal motivo ella decidió huir a Egipto. Lo importante de todo es que la familia sagrada retornó después a Nazaret. Aquí vivían en un cuarto con piso de tierra; dormían en esteras sin abrigo; se sentaban en almohadones y usaban tratos de arcilla para comer.
José era un carpintero y agricultor; María una valiente ama de casa que molía la avena o el trigo para hacer el pan de la familia.
Pasado el tiempo, a los treinta y tres años hizo Jesús su último viaje a Jerusalén, antes, a los treinta había empezado su vida pública. Durante los días lunes, martes y miércoles visitaba el templo. Allí predicó y habló mucho con la gente humilde. El día jueves celebró la Pascua de Resurrección con sus amados discípulos. Posteriormente fue al jardín de Getsemaní, al pie de los montes de los Olivos, lugar donde fue traicionado y entregado por su mejor amigo y apresado por orden de los sacerdotes. Lo apresaron por decir que era “Mesías, el hijo de Dios”. Desde entonces se inició el doloroso calvario de su vida, aconsejando siempre “amaos los unos con los otros, como yo he amado”. Luchó sin violencia y su arma poderosa: El amor a sus semejantes.