Si el régimen Talibán y el Al-Qaida le ganan la guerra a Estados Unidos (¿quién ha dicho que es imposible?), las mujeres del mundo volverán a un patético estadio de prehistoria. A quienes más les va a molestar que eso ocurra serán a las panameñitas nuestras, tan acostumbradas a mostrar el ombligo con arete y los pelitos iniciales de sus recónditos lugares, porque así lo obliga el nuevo protocolo de blusas escasas y pantalones sin chicotes que tienen apenas tela para tapar lo intapable.
Si ganan los talibanes, señoras, después de la guerra no podrán salir a la calle, si no se traban su torturante y forzoso "burka", un sabanón grueso y hediondo que las ha de cubrir de los pies a la cabeza, especialmente la cara, que no podrán mostrar ni al espejo. Se acabará el colorete chillón, los lápices de cejas y de labios, el perfume caro y las insufribles mascarillas para antes de dormir. ¡Adiós a Revlon, Estée Lauder y todas las demás fábricas de leña para atizar la vanidad! ¡Ay, no veremos más esos tafanarios de miel de caña en los concursos de Hawaiian Tropic! ¡Aquí, donde hay más concursos de tangas que escuelas primarias!
Ese mujererío que abarrota las escuelas secundarias y las universidades serán esclavizadas. Si tienen un trabajo ¡al demonio!, y no podrán montar ni siquiera un taxi, si no van acompañadas por un hombre. Como se les negará permiso para manejar un carro ellas mismas, el asunto se reduce a largas caminatas cada vez que algo se le antoje al marido del mercado.
La única actividad permitida: la mendicidad ¡pero sin enseñar ni la punta de la nariz, carajo! Como tienen prohibido mirar de frente a un hombre, se acabó para siempre el coqueteo, señoras; y el acoso sexual y la violación en masa serían mandatos constitucionales.
Pero esto no es nada; lo peor vendría si a alguna de las mujeres de este país se le ocurre siquiera levantar la voz para quejarse (ya veo a Gloria Young y Teresita de Arias en eso). Las arrastrarán por las mechas hasta la plaza más cercana, y morirán debajo de un aguacero de piedras y palos. Y si después de la tunda siguen vivas, un balazo acabará con la queja. Recuérdese que la primera causa de muerte entre las mujeres de Afganistán es el hambre, y la segunda ¡válgame Dios! la lapidación.
Por esto y mucho más (el índice de suicidios de mujeres en Afganistán es espantoso) lo que está en juego no es únicamente el pellejo de Bin Laden: ¡Es el derecho femenino a tener tarjeta de crédito! |