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HOJA SUELTA
El soberbio
 Eduardo Soto P.
Crítica en Línea
Luis Miguel, el cantante mexicano, me recuerda mucho a una niña giganta y fea que compartió conmigo una mesa amarilla en el kinder de la escuela Simón Bolívar. Era una intolerable chiquilla con modales de busero flatulento, y por su descomunal tamaño a todos nos tenía aterrados. Se creía la reina, todopoderosa y su palabra siempre fue ley. Cuando los años pasaron y explotó la época del vello púbico y los besos en el recreo, para ella fue más un contra que un pro tener ese porte de vikinga come gente. Fue entonces cuando conocimos sus más dulces sonrisas. La demonia que antes arreglaba las discusiones con un porrazo en el brazo de la banca, aprendió a ser cariñosa y se integró al grupo ya no como carcelera, sino como cándida facilitadora. Y un día, a la salida, la caterva de chiquillos con las hormonas en ebullición hasta llegamos a secuestrarla, pero ese es otro cuento. Lo mismo le está pasando a Luis Miguel. No lo del secuestro, más bien lo del cambio de actitud. Ese muchacho se me parece mucho a esos gigantescos monstruos míticos y, como tal, se está mordiendo su propia cola. Cuando vio que nadie le ponía atención, ha empezado a sonreír y a estrechar manos por todas partes. Antes era un lío que concediera una entrevista, que se dejara tomar fotos, que cruzara un par de palabras con algún terrícola. Él estaba seguro que era el rey, y lo era. No tenía que esforzarse para vender un disco. Por eso se comportaba como Tania. Ahora debe resultarle un fastidio ver cómo otros chicos de plástico, con menos talento, menos técnica vocal y menos trayectoria, le están quitando mercado y, por ende, dinero. Hablo específicamente de Ricky Martin y Enrique Iglesias quienes, si se examina crédito por crédito, no se pueden comparar con el malcriado mexicanito; sin embargo, se lo están comiendo vivo. Ricky, con su "Vive la Vida Loca" (que de paso no es otra cosa que una apología a la heroína) le quitó América Latina, Europa, Estados Unidos y Asia. Y Enrique Iglesias lo tiene loco en su propio patio. Y todo porque Luis Miguel se dejó aplastar por su propia soberbia, la fama lo intoxicó. Ahora está al borde del colapso, haciendo de todo para caer bien a la prensa (hasta intenta mover las caderas como Ricky), y me recuerda tanto a la secuestrada. En Panamá podemos distinguir esos casos. Sabemos lo que es la prepotencia, la arrogancia. Tenemos frescos los recuerdos de gente y empresas que se creen dueños y señores del entorno y que, sin darse cuenta, mueren envenenados con su propia malcriadez. Ojalá los altaneros que quedan cambien, porque si no, nunca vivirán la reveladora experiencia adolescente que tuvo Tania esa tarde con nosotros.
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