Pacora y la peor inundación en el Istmo

Julio César Caicedo Mendieta.
Crítica en Línea
Conversar con los vivientes de La Mesa de San Martín sobre la terrible inundación que cobró más de 50 vidas panameñas hace 33 años, es como empezar a conocer y aprender de la vida. Y, tener más coraje, entonces! Uno cree que los viejos y adultos se van a paralizar sumergiéndose del todo en profundos lamentos, al dolor por los difuntos, a la pérdida de lo material, a las vacas y los marranos ahogados. ¡Miren que no! La desgracia del 4 de noviembre del 66, la subrogan en sus tallas aumentado y describiendo con mayúscula su fe en su patrona la virgen Santa Librada cuya Iglesia fue arrasada hasta el Pacífico. El año 66 trajo a las vastedades de Juan Gil, Carriazo y Mamoní un novembrino muy llorón. Dos paredes de tierra por donde pasa el caprichoso río Iguana se desprendieron cargadas de agua formando un lago muy cerca del altiplano donde él por siglos ha entregado sus aguas al río Pacora. La represa de este lago fortuito cedió y como estaba más alta que el Pacora, la corriente barrió con todo lo que estaba a su paso. Santa Librada y sus fieles amanecían sin la sospecha de la desgracia que estaba en ciernes. Don Juventino Jaén emigró de Flor Amarilla del Canajagua y pese a que lo perdió casi todo fue resarcido pues no ha conocido desde entonces otra complacencia más grande, como la de ver que a la imagen de Santa Librada, no le había pasado nada, cuando todos los sobrevivientes la habían dado por perdida y arrastrada entre los peñascos que viajaban río abajo como espumas. Dijo don Juventino Jaén, que a su Patrona si acaso la habían tocado unas arenillas brillantes, que flotaban bajo sus pies. Luego de dos lustros pasados, aún se emociona y cuando habla de los episodios denota una señal imborrable en su alma, pues entra en un delirio inocultable que se refleja en sus ojos y en su voz temblorosa de campesino. Siempre repite sin darse cuenta al parecer, que "la virgen estaba enterecita", que no fue tocada y que detrás de ella estaba una pila de palos entrecruzados con piedras y pajonales. Y, don Juventino no termina allí, vuelve a repetir que solamente la había tocado, si acaso una arenillas muy finas, que estaban posadas cerca de la puntica de los pies de la patrona de los tableños. Este candor que encierra al hombre de Carriazo, don Juventino Jaén, pareciera estar conectado por una corriente instantánea a Pancho y a Rita (Dos loros, hembra y macho), que custodian camuflados entre los árboles, la entrada al nicho de Santa Librada, que eso es realmente la casa de don Juventino Jaén en Carrizo, un altar para Santa Librada. Al llegar a la humilde residencia de don Juventino, se inicia el grito de esa pareja de loros que no se pueden advertir, pues se confunden con las hojas de los almendros que dan sombra al camino que está antecito de la casa de los Jaén. Pancho y Rita son además de apreciados, temidos en la región, pues sus voces son parecidas a la de los humanos y se cuenta de ellos que hablan a voces altas en las noches sobre cada una de las almas de aquella productiva región. Luego de 33 años, los interioranos que han poblado los territorios de lo que es hoy el corregimiento de San Martín, han convertido esos bellos parajes en un verdadero granero
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