Bien lo dijo Miguel de Cervantes Saavedra: "Más vale una palabra a tiempo que cien a destiempo".
En una ciudad como la de Panamá, en que los tranques y los constantes imprevistos que se nos acumulan hacen que nuestro tiempo sea cada vez más escaso, la precisión y concisión al hablar es una virtud.
Es por esto que causa tanta molestia cuando escuchamos a alguien que se nos acerca para conversar sobre algún tema cualquiera, y vemos que habla, habla y habla, pero no nos dice nada; tarda una eternidad en aterrizar, si es que aterriza.
Hay personas que hablan por hablar, que se nos acercan diciendo mil palabras por minuto, pero vacíos de mensaje.
Otros se extienden mucho más de lo necesario para expresar lo que tienen en mente, desviándose a cosas que no van al caso, repitiendo 5 veces lo que ya dijeron anteriormente, o divagando.
No tienen un ordenamiento en sus pensamientos, y por ende cuando sueltan la lengua no saben por dónde comenzar. Al final, no hacen sentido.
Una cosa es decir lo que uno piensa, y otra es escupir la primera tontería que se nos venga a la mente, sin ninguna medida ni orden.
Esto se vuelve aun más incómodo en el entorno del periodismo, una profesión en la que ir al grano con la información es una prioridad. Otras profesiones, como la medicina, necesitan de la precisión al expresarse, ya que además del tiempo de otros, está de por medio la vida.
A final de cuentas, dilatar innecesariamente la palabra atrasa el momento de actuar. ¿Cuánto tiempo podemos pasar debatiendo sobre un problema mientras este nos pisa los talones? Después estamos preguntándonos por qué no nos alcanza el día para lo que tenemos que hacer.
Esto debe ser una máxima para todos nosotros: A hablar menos, y a actuar más.