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Cuando cenamos juntos como familia

Hermano Pablo | Reverendo

El 26 de septiembre de 2006, más de 500 comunidades con sus gobernadores estatales y el presidente de Estados Unidos celebraron, por primera vez, el Día de la Familia. La declaración del cuarto lunes de septiembre como tal resultó de una encuesta de adolescentes que mostraban un reducido riesgo en cuanto al uso de alcohol, drogas y cigarrillo debido a que cenaban con su familia tres o más veces a la semana.

Cada año esa encuesta del Centro Nacional de Adicción y Abuso de Estupefacientes de la Universidad de Columbia, realizada entre los adolescentes de 12 a 17 años de edad, había demostrado que los que cenaban regularmente con la familia eran menos propensos a fumar y a abusar del alcohol y de estupefacientes. Los adolescentes que comían en compañía de su familia tres veces o menos a la semana corrían más riesgo, mientras que los que comían con sus familiares entre cinco y siete veces a la semana recibían el beneficio máximo: alivio de los factores primordiales del estrés, el aburrimiento y las presiones académicas que provocan los estudios.

Joseph Califano, director y fundador del centro, dice que los resultados justifican hacer hincapié en el tiempo de interacción familiar durante las cenas juntos. Por eso sostiene que esta campaña anual no es sólo una oportunidad para recalcar que la familia es algo bueno. Califano además recomienda con insistencia que las familias apaguen el televisor durante su tiempo juntos alrededor de la mesa.

¿Cómo es posible que haya llegado a ser necesario realizar semejante encuesta para lograr que los miembros de la familia se porten tal y como tradicionalmente se han portado en el transcurso de los siglos?

Tal vez esta triste realidad se deba en parte a que muchos de esos mismos antepasados nuestros dejaron de hacer algo de suma importancia, algo que debemos hacer todos a título personal, para asegurar el futuro de nuestra familia. Debemos abrirle a Jesucristo la puerta de nuestro corazón, y por ese conducto la puerta de nuestro hogar. "Mira que estoy a la puerta y llamo -dice Cristo-. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo." Abramos esa puerta de par en par, y pidámosle que ocupe el puesto que le corresponde a la cabecera de la mesa.



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