Son buenas las razones para pensar que la vida del ser razonable, ha estado supeditada en gran porcentaje a su poder de comunicación; desde las imágenes rupestres, las palomas mensajeras y las carreras maratónicas, concluyendo con la actual y novel Internet, todo ha involucrado el compendio de incesantes preocupaciones del quehacer humano, formando parte primordial de los sesudos círculos de reflexión en todo el caminar lento de los siglos, exponentes del cambio experimentado de nómada a sedentario.
¡Comunicarse, esa es la necesidad!. Es muy gratificante, especialmente en nuestros días, sostener la variada conversación con el astuto interlocutor que comprende cabalmente el fundamento que se expone, guardando la tendencia que perseguimos detrás de los argumentos esbozados al tenor de las deducciones ágiles, entrados ya en el fundamento básico, sostén de oda la idea central.
Con asiduidad nos encontramos con personas que no saben apoyar la atención, imposibilitados para conducir los propósitos que han alentado la dinámica de la dialéctica.
Concibo que para mantener el hilo de la conversación, es necesario que dos factores entren en función contribuyente, primero, su instrucción combinada con la educación, y lo otro, el grado de intelectualidad que presente como garante la persona. Cuesta creer que en nuestro medio y en nuestros días, hayan sujetos que no logran mantener el diálogo por razones ampliamente conocidas. Aquellas personas que no logran radicar dichas cualidades, seguramente no abrigan el deseo de comunicarse, con posibilidades de ser mal educados o de estar perdidos en el espacio. Una buen conversación es como la comida suculenta que nos incentiva el ánimo. No obtener este propósito es alejarse de la verdad histórica, donde es difícil alcanzar la unanimidad de pensamiento, pues contamos con un elemento social sumamente desgastado.