MENSAJE
La rata, mascota de la familia

Hermano Pablo
Crítica en Línea
Silencioso y sutil, el roedor se movió en la noche. Husmeó los rincones. Buscó restos de comida. Aguzó el oído atisbando el menor peligro. Luego clavó sus afilados dientes en la carne blanda y tibia, y no sólo una vez, sino cien. El bebé, de cuatro meses de edad, mordido por la rata, se desangró hasta morir. Esta tragedia ocurrió en una de las metrópolis de nuestro hemisferio occidental, dentro de un vehículo donde Esteban Giguere, de veintisiete años de edad, su esposa Kathy, de treinta, una chiquita de ambos, de tres años, y el pequeño Esteban, de cuatro meses, pasaban la noche. La rata, cosa increíble, era la mascota de ellos. La verdad es que ya varias otras clases de ratas habían invadido esta familia. Primero la rata mascota, que clavó sus dientes en el cuerpecito del bebé. Segundo, la cocaína y la heroína que el matrimonio Giguere usaba continuamente. Tercero, las botellas de tequila y cerveza que consumían a diario. Y cuarto, la dejadez y el abandono de padres que, incapaces de retener un trabajo debido a sus vicios, exponen a sus hijitos a la pobreza, a la suciedad, al raquitismo y a la muerte. Nuestra sociedad tan rica, tan científica, tan electrónica y tan civilizada, está, con todo y su sofisticación, llena de ratas. Si en el siglo XIV las ratas literales llevaron la peste bubónica a Europa, en el siglo XX las drogas destructivas han llevado la muerte a todo rincón del globo terrestre. El hecho de tener una rata como mascota es una clara demostración del descuido y de la insensibilidad de esta joven pareja. Pero este hecho tan nefando, tan abominable, tan repugnante, es sólo un síntoma. Todos los valores éticos, morales y espirituales de generaciones pasadas se están viniendo al suelo. No hay conciencia moral. No hay sentimiento espiritual. No hay respeto de leyes. Y no hay temor de Dios. Este es el tiempo de regresar a los únicos valores que pueden salvarnos. Es hora de volver a Dios. Sólo Él devuelve al hombre la justicia, la honra, la pureza y la integridad que producen la armonía y la paz que tanto necesita. Cada hombre, cada mujer, cada persona debe hacer un alto en su camino y pensar seriamente en cómo está desperdiciando su vida. Volvamos a Cristo. Regresemos a la paz y a la concordia. Volvamos a Dios. Sólo así encontraremos la razón del vivir. Cristo es paz. Cristo es triunfo. Cristo es vida. Todo lo demás es muerte.
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