Los vecinos iban a celebrar una de sus típicas reuniones. Comerían platos sabrosos, beberían vino suave y mirarían algún programa de televisión sobre el tema de moda: los robos y los crímenes. Una de las invitadas era Nancy Miller, de Oroville, California, quien al llegar a la casa de sus vecinos se llevó una gran sorpresa.
Lo primero que Nancy vio allí fue el televisor que pocos días antes le habían robado. Enseguida se fijó en unos adornos de Navidad que, al igual que el televisor, le habían sido hurtados. Y para colmo de males, ¡el vestido que lucía la sonriente ama de casa también le pertenecía a Nancy!
Nancy participó de la fiesta con toda paciencia y cortesía. Pero tan pronto salió de la casa de los vecinos, los denunció a la policía.
Lo que sucedió en este caso poco común fue que a Nancy se le entraron los ladrones a la casa desvalijándosela casi toda. Ella denunció el robo a la policía, pero no se presentó ninguna novedad en el espacio de dos o tres semanas, hasta el día en que recibió la invitación a la casa de los vecinos, donde halló varios de los objetos robados. El mismo ladrón que las había sustraído de la casa de ella se las había vendido a ellos.
En este mundo hay mucha gente que roba. Aquello de "no hurtarás", así como "no mentirás" y "no cometerás adulterio" son mandamientos muy bonitos cuando aparecen impresos, pero en la práctica pocos los cumplen.
Desgraciadamente el robar abarca más de lo que muchos consideran como tal. Como ejemplos tenemos a los que le roban la honra y la buena reputación a una persona calumniándola, a los que le quitan la inocencia a un niño introduciéndolo al uso de la cocaína, y a los que se llevan para siempre la juventud de la esposa y la alegría de los hijos al abandonar el hogar para correr tras cualquier aventura amorosa.
Por algo será que la ley que Dios le dio al mundo por medio de Moisés fue precisamente "los Diez Mandamientos" y no "las diez sugerencias". Nadie puede violar esos mandamientos sin sufrir las consecuencias tanto en su conciencia como en carne viva. "Cada uno cosecha lo que siembra" (Gálatas 6:7).
Dios nos ama, no porque seamos santos sino porque nos creó a su imagen y semejanza. Él quiere nuestro bienestar. Por eso envió a su Hijo Jesucristo al mundo. La palabra que describe su misión es rescate. Él vino a rescatarnos. Basta con que aceptemos ese rescate divino para que Cristo nos haga nuevas personas.