Mi mente pone a mover ininterrumpidamente las alas de la imaginación, en construcción de la quimérica ilusión, viendo el Istmo convertido de oriente a occidente en un inmenso dispensario hospitalario y ordenado, acogiendo a todo cristiano nuestro o extraño que urja de la atención médica sin tantos papeleos impertinentes. Ah, si tuviera iniciativa legislativa lucharía hasta el final como un porfiado, hasta ver culminada esta ambición. La salud es la columna que sostiene la vida, de su fortaleza dependerán los frutos de nuestro esfuerzo y el rendimiento óptimo de los trabajos que emprendemos. La compasión y la consideración son cualidades que mitigan los dolores y algunas veces funcionan como curativos, cuando las enfermedades tienen sus génesis en el alma. Panamá es un país pequeño, con pretensiones de caminar por el sendero del desarrollo, abundante en algunos pasos de sorprendentes espinas que no nos permiten continuar transitándolo. Por todos lados olfateamos el olor alcanforado del dinero y si él nos falla, lo hemos perdido todo en la jugada; sólo queda espacio para las turbaciones y sobresaltos que hacen de la vida una criba plagada de huecos. A veces llamamos a la oficina pública y nos cansamos de esperar, hasta que se pierde nuestro intento o bien nos dan las famosas citas que no se logran concertar nunca y así queremos ir al desarrollo cargando toneladas de incapacidades. Debemos bregar para que la perfidia sea reemplazada al menor descuido por la rectitud y la bondad. Recordemos que son virtudes superiores en la vida: la humildad, la tolerancia, la renuncia y la bondad, todas ellas resumidas, deben servir de fuentes de inspiración para los señores diputados, aupando proyectos que concluidos, nos sirvan de carta de presentación interna y externa.
Hay gente aquí que muchas veces no tienen el real para comer, menor aún para enfrentar los castigos de una enfermedad, ya sea corta o larga. Los que pensamos así, somos humanistas que hemos perdido la batalla bajo las armas empuñadas por la crueldad en esta vida de escamoteos y desilusiones vergonzosas. Tenemos que esforzarnos muchísimo, para destruir el germen dañino de la perversidad, tan en boga en las maltrechas relaciones humanas, ingrediente maldito que constituye un terrible hábito social.