OPINION


¡Tengo las manos vacías!

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Por Hermano Pablo
Reverendo

Fue un grito de angustia en la noche. Un grito agudo, desesperado. Un grito lacerante, como sólo da una persona que está tremendamente asustada. Y como parte del grito se escucharon las palabras: "¡No tengo nada! ¡Tengo las manos vacías!"

La palabra "vacías" fue la última que se escuchó, que por cierto se prolongó en un sonido ronco y gutural. Luego se oyó un disparo, y en seguida otra voz que dijo: "Necesitas una ambulancia."

Por la mañana, con la salida del sol, los vecinos de esos apartamentos vieron a Cristóbal Cavit en el suelo, desangrado, muerto. Todo en él estaba vació: sus manos, sus bolsillos, sus ojos, su cuerpo entero.

Este suceso ocurrió en una ciudad de Norteamérica. No importa cuál porque es una ciudad como todas: ciudad de atentados, asaltos, robos, narcotráfico, sangre y muerte. Cristóbal Cavit, de diecinueve años de edad, fue asesinado. Y tenía las manos vacías.

Lo que no comprendía aquel joven es que todos los seres humanos mueren con las manos vacías. Es cierto que algunos mueren empuñando un arma; otros, con un puñado de billetes o con el retrato de un ser querido en la mano, y aún otros, aferrados a un crucifijo. Pero manos que no sienten, que no tientan, que no perciben, son iguales que manos vacías, y no sólo vacías de cosas tangibles sino vacías de toda virtud y de todo mérito. El pintor suelta su pincel; el violinista, su arco; el escultor, su cincel; el cirujano, su bisturí; el escritor, su pluma.

Nadie puede llevarse nada al otro mundo: ni dinero, ni casas, ni títulos, ni deleites, ni esplendor, ni gloria, ni ilusión ni fe. Tan desnudo como se entra al mundo, así de desnudo se sale, sin disimulo, sin simulacro, sin nada.

¿Será así de desolado el otro lado del río de la muerte? Lo es si se muere sin la esperanza que da Dios. Para el que no ha establecido, aquí en vida, una relación viva, verdadera y firme con Jesucristo, la muerte es lo más negro que existe. No hay asilo. No hay luz. No hay vida.

En cambio, los que tenemos a Cristo en nuestra vida lo llevamos con nosotros cuando partimos de esta tierra. Si Cristo vive en nuestro corazón y es parte integral de nuestra vida, será también parte integral de nuestra eternidad. Recibámoslo hoy como nuestro Salvador. Él estará siempre a nuestro lado.

 

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