Lunes 7 de sept. de 1998

 








 

 


MENSAJE
El payaso y Dios

Hermano Pablo
Costa Mesa, California

A
los 14 años había sufrido todas las enfermedades. Mal de riñones, de corazón, alta presión arterial, epilepsia, raquitismo. Carmelo, nacido en Nueva York de padres puertorriqueños, vivía amargado, iracundo, furioso. Jamás sonreía. Así era Carmelo, el joven de Nueva York.

Michael, a los 14 años, había cometido todos los delitos imaginables: vandalismo, robo de autos, asaltos, venta de drogas, e igual que Carmelo, nunca había aprendido a reír. Pero un día Michael decidió hacerse payaso. La decisión fue, por cierto, el resultado de una experiencia espiritual. Con sus bromas y su alegría quería ayudar a niños enfermos.

Michael conoció a Carmelo en el hospital donde éste yacía moribundo. Y Michael, el payaso cristiano, logró lo que nadie había logrado: hacer reír a Carmelo. Carmelo murió a los pocos meses pero partió de esta vida feliz y con paz en el corazón.

El pobre Carmelo nació bajo el signo de la enfermedad física. Michael nació bajo de la enfermedad moral. Carmelo, a pesar de los cuidados médicos, se enfermó de todo. Michael, a pesar de la ley, cometió de todo. Pero una chispa divina inspiró a Michael, y decidió dedicar su vida a entretener a los niños en los hospitales.

Las enfermedades físicas y los males morales son dos demonios apocalípticos que plagan a la humanidad. Hospitales y cárceles certifican esta triste verdad. La ciencia y las autoridades batallan día y noche para conjurar el mal, y algo se está logrando.

Pero el único que puede cambiar en un instante el alma amargada de un enfermo y el corazón iracundo de un delicuente, es Cristo. Es que sólo Cristo, el Señor viviente, tiene la voluntad y el poder para cambiar al que viene a El.

Solamente tenemos que reconocer sinceramente nuestra necesidad de El. Si nos encontramos en el lecho del dolor, o si andamos en el camino del delito, Jesucristo siempre acude en auxilio de cualquiera que clama a El con corazón angustiado.

"El que a mí viene, yo no le echo fuera", son las nobles y amorosas palabras de Cristo. El sólo espera que nos acerquemos con toda confianza.

 

 

 

 

 

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