HOJA SUELTA
Ysatis

Eduardo Soto P.
Crítica en Línea
Ysatis es mi hija. Lo digo con orgullo y con lágrimas atoradas en la garganta por todo lo que, por mi egoísmo, he dejado de darle a ella y sus hermanos. Cumplió 9 años el domingo pasado. Debí publicar estas reflexiones ese día, pero preferí dedicarle el espacio a Mireya. Todavía no sé si hice bien, pero "Ysa" me perdonó. Y eso es importante para ambos, porque ella les llevó la contraria a todos en casa, y se declaró martinista desde que le vio la cara de galán a Torrijos. Se nota que me ama y respeta. Nació en el medio, entre mi adorable hijo mayor y la pícara bebé. Pero ni los 9 meses que la esperamos ni el parto fueron fáciles. Casi muere asesinada antes de venir al mundo, por un aborto que íbamos a provocar porque, creían los médicos, venía deformada por los efectos de una inyección contra la rubeola que recibió su madre, cuando trabajó temporalmente, como enfermera, en el Hospital del Niño. Los primeros meses del embarazo fueron miserables. Lloramos cada vez que la imaginamos solita en el lago oscuro del útero, convirtiéndose en un engendro a cada segundo, con un solo brazo, sin ojos, e incapaz de aprender a hablar o caminar, por la falta de una parte importante del cerebro. Los exámenes que se hicieron casi nos dejan sin camisa en la calle, en un año (1990) cuando nadie tenía seguro el mañana. Hoy recuerdo con dolor la dieta: arroz y tuna. Cuando nos dijeron que había una pequeña posibilidad de que todo saliera bien, optamos por tenerla, pasara lo que pasara. Y nació, por cesárea, la tarde maravillosa del 29 de agosto de ese año. La recuerdo circunspecta, metida en un abrigo rojo con caperuza; la piel de bronce y llena de vellos; el ceño fruncido y las aletas de la nariz hinchadas, presagiando los altibajos de su mal carácter, ¡pero sana! Es una cholita coqueta, con una inteligencia aguda y los ojos parlanchines. Sabe reír con el alma, y por la disciplina para el estudio y el orden en sus cosas personales, me impresiona más cada vez. Aun cuando apenas es una niña, su cuerpecito irradia el augurio de una belleza y sensualidad poco comunes en la familia. La cabellera negra y acomodaticia le enmarca caprichosamente su cara de ángel y me encanta verla caminar: lo hace como una reina, pero con los pies sobre la tierra. ¡Feliz cumpleaños!, consentida de mi alma. Discúlpame por haber estado ausente tantas veces. Estoy en un doloroso camino de regreso y espero no fallarte, ni a tus hermanos, nunca más.
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