Con la llegada de Ricardo Martinelli a la presidencia de la República se ha dado un giro importante en la lucha contra la impunidad, siendo el propio mandatario el principal protagonista de esta iniciativa.
Los panameños estábamos acostumbrados a ver mucho de circo con cada cambio de gobierno para después quedar todo igual, como resultado de los famosos pactos establecidos entre los nuevos personeros y los que dejan la administración del Estado.
Pero los hechos registrados en estos primeros dos meses nos demuestran que el Gobierno de Martinelli va a enfrentar con todo a la corrupción, el más corrosivo mal que existe en el país.
Los nuevos dignatarios nos han mostrado una radiografía del manejo de los recursos del Estado, al punto de que el Gobierno anterior, que habló de una patria nueva, se pudo conocer, había desarrollado un increíble sistema de métodos marginales de corrupción que van desde meter la mano, evasión de impuestos y coimas. Además de revelar de otros gobiernos anteriores, el de adjudicarse porcentajes perpetuos en el negocio de las licitaciones.
En ninguna parte del mundo, una organización política se había atrevido a defender la corrupción, hasta el punto que un sindicado por vulgares robos en el proceso de administración de la educación se ha convertido en un emblema reivindicativo de quienes han podido ser comparados con el legendario Alí Babá y sus cuarenta ladrones.
Tal vez la razón de esta parafernalia es que nadie cree que un solo personaje pueda "comerse todo el pastel", porque al final quien lo digiere es quien manda, quien está arriba. Los panameños sabemos que la justicia en el país persigue al delito, pero nunca ha logrado alcanzarlo y es ahí donde está el problema del Ejecutivo.
Los ciudadanos esperamos que se realicen las investigaciones pertinentes y se detenga a quienes delinquen en contra de los intereses de la Nación, para que, de una vez por todas, se entienda que ser presidente significa conducir al país hacia el bienestar.