iene un nombre raro: Hipertelorismo. Se produce raras veces en la humanidad y, cuando ocurre, convierte el rostro más bello en una máscara deforme, fea e indeseable. Karen Ramírez Cervantes, niña de doce años de edad, de Guadalajara, Jalisco, México, sufría de esa horrible enfermedad.
Una protuberancia de la frente en medio de sus ojos la afeaba y la mantenía al margen de todos los que la veían. Al mismo tiempo la mantenía al margen de la alegría, de la felicidad, de la paz y de la vida misma.
Pero mediante la generosa ayuda de mucha gente, Karen fue llevada a California, Estados Unidos, donde dos médicos, Michael Suckoff y Bruce Dubbin, ofrecieron gratuitamente sus servicios y trabajaron largas horas dándole, quirúrgicamente, un nuevo rostro. Con eso Karen pudo comenzar una nueva vida. Para ella la felicidad comenzó cuando recibió ese favor médico a los doce años de edad.
Si hay algo deprimente para la persona que lo padece, es la deformidad del rostro. Cuando es algún otro miembro del cuerpo, siempre produce dolor y desaliento, pero el rostro, esa parte de nuestro cuerpo que primero presentamos al público, es lo más importante. Por eso la cirugía estética, la que devuelve al rostro de una persona su normalidad, es una valiosísima bendición de la ciencia quirúrgica.
Ha llegado el día en que no tienen que desesperarse las personas a quienes un defecto genético, o un accidente, o un fuego les ha deformado el rostro. Con la ayuda del Dios de la ciencia, y con los favores de personas altruistas que se valen de los descubrimientos de la ciencia para hacer maravillas, hay nuevas esperanzas para los que así padecen.
Con todo, hay otra deformidad que para restaurarse necesita más que lo que ofrecen los avances científicos. Padecen de ella los que tienen rostro y cuerpo normales pero tienen deformada el alma. Éstos, con mayor pena y dolor que los que sufren algún mal físico, llevan la vida a través de sus almas torcidas y desfiguradas. En lugar de una reconstrucción superficial, necesitan una reconstrucción de todo su interior. Es la única manera en que podrán vivir como Dios quiso que vivieran, con gozo, paz y bienestar.