Durante treinta años Michil Hersant había sido un brillante abogado en Bordeaux, Francia. Pero también durante esos mismos años había tenido adicción al cigarrillo. Michil era un fumador empedernido. Ya había sufrido dos ataques al corazón, y corría peligro de un cáncer.
Un día abandonó por completo su vicio. Los médicos le recomendaron que a cambio masticara chicles de nicotina.
Dos meses después de haber dejado el cigarrillo, estaba defendiendo a un cliente en el tribunal, cuando de repente el chicle se le pegó a la garganta. Murió ahí mismo, asfixiado por el cuerpo extraño que se le había adherido.
"La muerte lo encontró de todos modos", reflexionaron sus colegas.
Esta es una verdad tan antigua como el mundo y un hecho tan cierto como el hombre que vive. La muerte, tarde o temprano, nos sale al encuentro.
Puede ser que nos encuentre en la cama, viejos y cansados, y así pasemos de un sueño a otro; o que nos encuentre en el hospital tras una larga y destructiva enfermedad; o que nos encuentre en la oficina, abatidos por un ataque al corazón. Pero a la hora de la verdad, la muerte nos encuentra. Ella no se afana. Sabe que nos tiene seguros. No nos anda buscando. ¿Para qué, si millones de seres humanos cada día salen a su encuentro?
Uno de ellos es el hombre que maneja su auto con tragos de más. Otro es el que come en demasía, sin control ni medida. Y otro, el que abandona el camino recto de la vida y se mete en la delincuencia.
Las consecuencias del delito son funestas, y ya sea la policía en un procedimiento o un enemigo con una onza de plomo, cualquiera de los dos da por terminada la vida del delincuente.
Así no se busque la muerte en carreras locas en automóvil, o en orgías desenfrenadas, o en una vida delictiva o en aventuras descabelladas, la muerte nos encontrará algún día, cuando menos la esperamos. Lo mejor es prepararnos debidamente para ese momento, haciendo de Cristo nuestro Salvador. Él dijo: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás" (Juan 11:25-26).